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Oriol Nel·lo Alvar Aalto Eduardo de Miguel ... - Revista Diagonal

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Una imagen y mil palabras<br />

Coartada David Bravo<br />

Una foto <strong>de</strong> mercado en un mercado <strong>de</strong> foto.<br />

Lamentablemente, no estamos ante una redundancia.<br />

Se trata, más bien, <strong>de</strong> una metonimia<br />

don<strong>de</strong> el continente preten<strong>de</strong> confundirse con<br />

su contenido. Cuando el Mercado <strong>de</strong> Santa Caterina<br />

exhibe esta fotografía (Xavier Miserachs,<br />

El Born, 1962), parece querer impregnarse <strong>de</strong><br />

un aroma que no es capaz <strong>de</strong> <strong>de</strong>spren<strong>de</strong>r por sí<br />

mismo. Es el aroma <strong>de</strong> un mundo colmado por<br />

el trajín frenético <strong>de</strong> mercancías, por el reclamo<br />

polifónico <strong>de</strong> los ten<strong>de</strong>ros, por la exuberancia<br />

imbricada <strong>de</strong>l género expuesto. Inmortalizado<br />

por Zola en El vientre <strong>de</strong> París, este mundo<br />

ha pervivido excepcionalmente en Barcelona<br />

mientras <strong>de</strong>saparecía en otras ciuda<strong>de</strong>s europeas.<br />

Es apropiado llamarlo “mundo” porque el<br />

mercado, tal y como hemos tenido la fortuna<br />

<strong>de</strong> llegar a conocerlo, es un sistema complejo,<br />

dinámico y envolvente, un cosmos que solo nos<br />

es posible aprehen<strong>de</strong>r <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su interior.<br />

Del mismo modo en que el Quijote está contenido<br />

en el Quijote o las Meninas lo están en<br />

las Meninas, el mercado es una ciudad <strong>de</strong>ntro<br />

<strong>de</strong> la ciudad. Sus pasillos, entretejidos como<br />

calles, y sus puestos, organizados en parcelas<br />

que conforman manzanas, tienen la estructura<br />

<strong>de</strong> la trama urbana. Y, tanto como una urbs, es<br />

también una civitas, un espacio <strong>de</strong>nso e intenso,<br />

ámbito <strong>de</strong> lucha consensuada, catalizador <strong>de</strong> la<br />

conciencia colectiva, telar <strong>de</strong>l tejido social. Por<br />

algún motivo lo visitarán los políticos durante<br />

la campaña electoral. Por alguna razón se lo<br />

llamará con frecuencia “plaza”. A<strong>de</strong>más, al mismo<br />

tiempo que es una ciudad <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la ciudad,<br />

ésta es un mercado alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong>l mercado.<br />

En efecto, la razón <strong>de</strong> ser <strong>de</strong>l hecho urbano,<br />

la causa por la cual tanta gente está dispuesta a<br />

sufrir las inconveniencias <strong>de</strong> la aglomeración,<br />

resi<strong>de</strong> en las ventajas que ofrece el intercambio<br />

mercantil frente a la economía <strong>de</strong> subsistencia.<br />

Como continente y como contenido <strong>de</strong> la<br />

urbanidad, el mercado tiene interés público.<br />

REVISTA DIAGONAL. 26. DESEMBRE 2010<br />

Por ello es lícito ocupar la plaza, <strong>de</strong> forma<br />

más o menos provisional, con los puestos <strong>de</strong><br />

pequeños comerciantes. Por ello es legítimo<br />

cubrirla permanentemente con un techo cívico<br />

que los ampare <strong>de</strong>l sol y la lluvia. Ocupado<br />

o cubierto, sigue siendo una plaza, continúa<br />

siendo un espacio público.<br />

Lejos <strong>de</strong> ser nostálgica, la <strong>de</strong>fensa <strong>de</strong>l<br />

mercado es hoy en día más pertinente que<br />

nunca. Mientras el lucrativo negocio <strong>de</strong> las<br />

gran<strong>de</strong>s superficies comerciales <strong>de</strong>vasta las<br />

costumbres alimentarias <strong>de</strong> las clases medias,<br />

el mercado consolida y difun<strong>de</strong> la verda<strong>de</strong>ra<br />

cultura gastronómica. No la <strong>de</strong> aquellos<br />

michelines estelares que la convierten en un<br />

lujo <strong>de</strong> autor, sino la anónima, la que nos<br />

pertenece a todos. La que transmite entre<br />

generaciones sabias estrategias para sacar el<br />

máximo provecho <strong>de</strong> los recursos locales y <strong>de</strong><br />

temporada. La que dilata en el tiempo y en<br />

el espacio alimentos perece<strong>de</strong>ros y escasos,<br />

consiguiendo que el sabor <strong>de</strong>l jabugo supere<br />

al <strong>de</strong>l cerdo fresco o que el <strong>de</strong>l arroz negro<br />

<strong>de</strong>je en ridículo al <strong>de</strong> una sepia solitaria. Y sin<br />

embargo, con el pretexto <strong>de</strong> que los hábitos<br />

<strong>de</strong> consumo han cambiado, hoy se acusa al<br />

mercado <strong>de</strong> ser algo anacrónico. En lugar <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rlo <strong>de</strong> los po<strong>de</strong>rosos intereses que<br />

lo amenazan, en vez <strong>de</strong> <strong>de</strong>jarlo al menos en<br />

paz, la administración pública actúa (aquí sí,<br />

el Estado se digna a intervenir en el mercado)<br />

para transformarlo. Tras un diagnóstico<br />

que confun<strong>de</strong> el <strong>de</strong>terioro <strong>de</strong>l edificio con la<br />

<strong>de</strong>ca<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> su uso, el nuevo mercado renace<br />

acomplejado, obsesionado por parecerse<br />

a su propio competidor. Entonces, el trajín<br />

<strong>de</strong> mercancías es <strong>de</strong>sterrado a un carísimo<br />

sótano y el reclamo <strong>de</strong> los ten<strong>de</strong>ros se disuelve<br />

en un ambiente climatizado, confinado<br />

<strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> una costosa envolvente que le impi<strong>de</strong><br />

mezclarse con el barrio. El consiguiente<br />

sobrecoste <strong>de</strong> esta adulteración lleva a la

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