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Modulo Dos: Antología para el Estudiante - dgespe

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—A leer, muy pocos, sólo los que tienen Silabarios y Catones; a escribir menos,<br />

Porque como no me dan pap<strong>el</strong>, ni tinta, ni plumas, nada puedo hacer; a los demás, les<br />

enseño sólo <strong>el</strong> Catecismo d<strong>el</strong> padre Ripalda. —Con eso es más que suficiente —<br />

interrumpió <strong>el</strong> cura—. Éstos son unos animales, que ni aprenden bien, ni sacarían<br />

provecho de la lectura, ni la escritura. —Sin embargo, señor —dijo <strong>el</strong> maestro—, tienen<br />

muy buenas disposiciones, hay algunos niños muy vivos, y que aprenden muy pronto;<br />

pero como no hay libros. —En fin, tenga usted, don José María, ese peso, vaya usted a<br />

dar <strong>el</strong> gasto y a comer, y luego viene usted acá. Señor alcalde, usted me pagará después<br />

este dinero. El maestro recibió su moneda y se fue corriendo a su casa. El cura quedó<br />

taciturno y colérico, <strong>el</strong> alcalde lo miraba con temor, y tenía ganas de retirarse.<br />

Yo puse fin a esa situación embarazosa, llamando a uno de mis mozos, muchacho<br />

alegre y que tocaba bastante bien <strong>el</strong> arpa y la guitarra, que cantaba malagueñas y<br />

zambas, con mucho sentido, y cuyos talentos musicales dieron asunto a Riva Palacio más<br />

de una vez <strong>para</strong> sus romances de costumbre.<br />

Mi mozo se apresuró a obedecer, templó la guitarra y acompañó a Lucesita y a<br />

Teresita, que olvidando <strong>el</strong> incidente desagradable d<strong>el</strong> maestro, se pusieron a cantar con<br />

voz fresca, aunque un poco afectada como hacen generalmente las payitas, una multitud<br />

de canciones cuyos versos se encarga la casa de Murguía de refaccionar cada año, y de<br />

dispersar por toda la República, por conducto de los mercaderes ambulantes de<br />

mercancía.<br />

Así cantando y tomando copas de jerez, nos estuvimos, hasta que en <strong>el</strong> campanario<br />

d<strong>el</strong> pueblo sonaron las oraciones, que consisten generalmente, primero en siete<br />

campanadas, y luego en un repique que ensordece.<br />

Entonces comenzaron a brillar las luces en todo <strong>el</strong> pueblo. Paulita, la criada, trajo dos<br />

v<strong>el</strong>as encendidas que puso sobre la mesa, rezando la consabida fórmula: Alabado sea <strong>el</strong><br />

Santísimo, etcétera, los cantos se interrumpieron por un instante, porque <strong>el</strong> señor cura<br />

rezó la Salutación, acompañándolo las muchachas y <strong>el</strong> alcalde, después de lo cual la<br />

conversación volvió a animarse.<br />

A poco llegó la hora de cenar: Lucesita y Teresita fueron a disponer la mesa; <strong>el</strong> cura<br />

me invitó, yo acepté solamente <strong>el</strong> dulce, porque había comido tarde, y <strong>el</strong> alcalde fue a dar<br />

una vu<strong>el</strong>ta a la cocina, <strong>para</strong> ver en qué era útil.<br />

Patriotismo de los curas<br />

Pasamos al comedor y tomamos asiento. El cura se acomodó junto a Lucesita, yo tuve<br />

<strong>el</strong> gusto de ver a mi lado a Teresita y al otro al niño más grande de Lucesita, que se<br />

parecía muchísimo al digno sacerdote, cosa nada extraña, puesto que eran parientes. En<br />

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