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Modulo Dos: Antología para el Estudiante - dgespe

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El cura me contestó entre confuso y alarmado.<br />

—Señor, yo no soy más que un cura, no debo mezclarme en cuestiones políticas, sino<br />

sólo en <strong>el</strong> cuidado de las almas. Mi soberano está en Roma, y mi patria está en <strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o.<br />

Así, pues, yo no hago más que echar una leve ojeada sobre este mundo de miserias.<br />

— Adiós, señor cura —le dije tomando mi sombrero—; no debo estar un momento más<br />

aquí; salude usted a las señoritas, y guárdese usted de predicar a su pueblo esas<br />

doctrinas criminales, porque no siempre ha de tener usted la fortuna de ser escuchado<br />

pacientemente.<br />

Patriotismo de los maestros<br />

Me retiré a mi alojamiento profundamente disgustado. En <strong>el</strong> camino observé, a pesar<br />

de la oscuridad, que un hombre me seguía. Era <strong>el</strong> pobre maestro de escu<strong>el</strong>a. Lo esperé, y<br />

luego que estuvimos juntos me dijo: —Señor diputado, comprendo la indignación de<br />

usted. No se puede oír hablar de tal modo sin que <strong>el</strong> corazón se subleve. Pero así son<br />

todos los curas. Figúrese usted cuánto tendré que sufrir aquí con un hombre semejante.<br />

Yo soy un pobre maestro de escu<strong>el</strong>a; como usted supondrá, no soy de aquí; pero la<br />

necesidad y <strong>el</strong> haber adoptado la profesión de mi bueno y pobre padre, que también era<br />

preceptor, me han obligado a buscar mi subsistencia enseñando muchachos.<br />

No crea usted que sea yo bastante atrasado <strong>para</strong> merecer mi posición de hoy. Tengo<br />

algunos conocimientos mayores de los que se necesitan <strong>para</strong> estar aquí; pero en las<br />

ciudades, los destinos están ocupados, y además, cuando vi la convocatoria <strong>para</strong> llenar la<br />

plaza de preceptor de este pueblo cuyo censo conocía ya, creí que era un buen destino,<br />

que sería yo pagado regularmente, <strong>para</strong> poder mantener a mi madre, a mi esposa y a mis<br />

hijos.<br />

Me equivoqué, y hace dos años que sufro aquí tormentos indecibles. Jamás me pagan<br />

con puntualidad, me deben ya cuatro meses, y usted lo ve, me muero de hambre, mi<br />

familia no puede salir a la calle porque está desnuda, mi madre se muere, y mis hijos no<br />

tienen fuerzas ni <strong>para</strong> estudiar.<br />

Aquí todo lo que los pobres indígenas pueden dar, es <strong>para</strong> <strong>el</strong> cura y <strong>para</strong> las funciones<br />

de iglesia. Yo no culpo a los indígenas, cuya ignorancia no ha podido remediarse. Yo<br />

culpo a los curas que los mantienen en <strong>el</strong>la <strong>para</strong> sacar provecho. Ya usted ve qué vida<br />

pasa <strong>el</strong> cura con sus queridas e hijos. Vive en una casa amplia y cómoda, mientras que la<br />

escu<strong>el</strong>a es de paja y se está cayendo. Tiene una servidumbre numerosa que <strong>el</strong> pueblo le<br />

da, turnándose en la cocina y en los quehaceres de la casa las mozas más robustas y los<br />

mancebos más trabajadores, que los alcaldes envían por semanas. No contento con eso<br />

es inflexible en <strong>el</strong> cobro de los derechos parroquiales, de las misas, etcétera, etcétera, y <strong>el</strong><br />

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