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Modulo Dos: Antología para el Estudiante - dgespe

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—Señor diputado, usted parece de genio fogoso: es usted joven y no tiene<br />

experiencia, ni ve las cosas a sangre fría. Usted, además, profesa ideas exaltadas, y es<br />

natural que sus sentimientos se sobrepongan hoy a la voz poderosa de la razón. Yo veo<br />

las cosas de otro modo. ¿Se incomodará usted si le digo mi modo de pensar?<br />

—De ningún modo, usted puede decir lo que guste; pero ya conoce mis ideas<br />

respecto de patriotismo.<br />

—Sí; pero me permitirá usted decirle que es un patriotismo indiscreto. De todo lo que<br />

usted me ha dicho, y de todo lo que sé, deduzco lo siguiente. Ustedes están perdidos, la<br />

República acabó ya; don Benito Juárez, va retirándose a la frontera, y se dará de santos<br />

con no caer en manos de los franceses; las tropas de ustedes están desmoralizadas,<br />

mientras que las francesas y las auxiliares de aquí están orgullosas con sus triunfos.<br />

Usted ve qué recibimiento les hacen los pueblos; los señores regentes se manejan con<br />

prudencia; y <strong>el</strong> monarca <strong>el</strong>egido, ese príncipe heredero de cien reyes, y que, según<br />

sabemos, es amable y de grandes talentos, es esperado con ansia. Yo creo que la<br />

monarquía está ya fundada en México; y vea usted: yo tengo la convicción de que <strong>el</strong>la<br />

hará la f<strong>el</strong>icidad de nuestra patria, que se acabarán las revoluciones, y sobre todo,<br />

imperará otra vez con toda su grandeza nuestra santa r<strong>el</strong>igión!… Porque, convenga<br />

usted…, amigo mío, convenga en que ustedes los liberales han atacado las tradiciones,<br />

han querido minar <strong>el</strong> edificio r<strong>el</strong>igioso, han lastimado la piedad de los fi<strong>el</strong>es, han herido a<br />

la santa Iglesia católica, la han despojado de sus sagrados bienes (que <strong>el</strong> emperador,<br />

estoy seguro, sabrá devolver), y, en fin, han establecido la tolerancia de cultos en este<br />

país donde sólo había dominado la fe católica, apostólica, romana. De modo que ustedes<br />

lucharán; pero en primer lugar, nada podrán hacer contra los franceses, que son los<br />

primeros soldados d<strong>el</strong> mundo, los que no tienen rival y están acostumbrados a<br />

presentarse y vencer. En segundo lugar, los Estados Unidos, que podían ayudar a<br />

ustedes, están acabando también y ¡ojalá que se los lleve Satanás! Esa guerra civil que<br />

hoy los devora, va a acabar con su mentida riqueza que no es más que mentira y farsa,<br />

como todo aqu<strong>el</strong>lo que no se funda en la verdadera r<strong>el</strong>igión. No tienen ustedes remedio; y<br />

si usted quisiera escuchar un consejo porque me ha simpatizado usted, le diré que no se<br />

meta en nada, que se vu<strong>el</strong>va <strong>para</strong> su tierra, y que no se exponga. Mire usted —continuó<br />

sacando una cartera—; yo en nada me mezclo, y me limito a mis funciones de pastor de<br />

las almas; pero tengo cartas de México, de pr<strong>el</strong>ados respetables y que no se engañan<br />

nunca. Ellos me aseguran que dentro de un mes todo esto se hallará en poder de los<br />

franceses, y esperan en la bondad Divina que la paz se establecerá, cuando menos, a<br />

mediados d<strong>el</strong> año entrante, época en que llegará <strong>el</strong> monarca.<br />

Yo no pude seguir escuchando con calma, y después de decir al cura que esos<br />

pr<strong>el</strong>ados eran unos traidores infames, y que aqu<strong>el</strong>la manera de hablar no parecía digna<br />

de un mexicano, manifesté al cura que había contenido mi cólera al estar oyéndole, pero<br />

que sentía agotada mi paciencia y que me retiraba sintiendo sólo haber estado algunos<br />

instantes en compañía de un hombre sin patriotismo y sin virtudes.<br />

Página12

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