ii concurso de relatos punto de libro
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LA CELDA SIN NÚMERO<br />
Rebeca Gonzalo López<br />
Publicado en el nº 26, en noviembre <strong>de</strong> 2012<br />
«Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen»<br />
Lucas 23, 34.<br />
Irrumpió mediada la madrugada en la <strong>de</strong>svencijada gasolinera, y<br />
sorprendió al único empleado dormitando frente a la pantalla <strong>de</strong><br />
un televisor en blanco y negro que había vivido tiempos mejores.<br />
El local apestaba a rancio y a combustible. La recién llegada no se<br />
inmutó. El chico en cambio sí se sobresaltó al verla y a <strong>punto</strong><br />
estuvo <strong>de</strong> caerse <strong>de</strong> la silla. No era habitual tener clientes a esas<br />
horas y la chica parecía realmente alterada. Un torrente <strong>de</strong><br />
compasión inundó al muchacho. Los cabellos <strong>de</strong> ella eran una<br />
auténtica maraña <strong>de</strong> suciedad y nudos; tenía el rostro <strong>de</strong>sencajado<br />
por el esfuerzo <strong>de</strong> la caminata y sus ropas estaban harapientas,<br />
raídas y sudadas; en sus manos, brazos y piernas había pequeñas<br />
heridas y arañazos; sus pies eran un mar <strong>de</strong> ampollas; estaba casi<br />
<strong>de</strong>snuda y pequeñas marcas <strong>de</strong> un material pringoso semejante a<br />
la resina manchaban sus ligeras ropas en diversos <strong>punto</strong>s<br />
escurriendo hacia el suelo.<br />
Sedienta pidió un vaso <strong>de</strong> agua que el sorprendido muchacho le<br />
tendió con reticencia. Ella lo cogió ansiosa. Sus labios cuarteados<br />
manifestaban que llevaba muchas horas sin probar una sola gota,<br />
y las bolsas bajo sus ojos enrojecidos que eran varias las noches<br />
en vela, llorando o ambas cosas a la vez. Bebió impaciente y con<br />
un hilillo <strong>de</strong> voz solicitó un teléfono. «¿Un teléfono?, ¿<strong>de</strong> verdad<br />
está hablándome en serio?», pensó.<br />
Los labios temblorosos <strong>de</strong> la chica y la urgencia en su mirada le<br />
hicieron compren<strong>de</strong>r que estaba atenazada por la <strong>de</strong>sesperación y<br />
el miedo. Bastaba con observarla <strong>de</strong> reojo para darse cuenta <strong>de</strong> su<br />
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