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ii concurso de relatos punto de libro

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médicos, guardados en la caja fuerte por obvios motivos <strong>de</strong> seguridad,<br />

aparecía con la secuencia: A.P.I.S.I/ 06 0681737/ C. S/N —impresa<br />

en tinta roja, como diferenciábamos los casos más graves— y cuyo proceso<br />

médico seguía personalmente el propio director <strong>de</strong> la clínica.<br />

»Para acce<strong>de</strong>r al sanatorio había que atravesar una peligrosa carretera<br />

secundaria que serpenteaba por las abruptas montañas cercanas. Según los<br />

mapas, la localidad más cercana estaba a más <strong>de</strong> veintinueve kilómetros<br />

(difícil tarea llegar a ella a pie, pues había que atravesar múltiples<br />

<strong>de</strong>speña<strong>de</strong>ros y profundas simas). Aquel era un lugar realmente inaccesible.<br />

El paisaje <strong>de</strong>l hospital era muy hermoso. Casi se podría <strong>de</strong>cir que <strong>de</strong> belleza<br />

salvaje, pero estábamos aislados <strong>de</strong>l mundo. Solo había un vehículo en todo el<br />

complejo y permanecía guardado bajo llave en un garaje vigilado con cámaras.<br />

Cámaras a las que únicamente tenían acceso los guardias <strong>de</strong> seguridad, o el<br />

jefe <strong>de</strong>l proyecto y propietario <strong>de</strong> la camioneta.<br />

»En un entorno tan hermético e inaccesible, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> cualquiera <strong>de</strong> las<br />

poblaciones vecinas, la más mínima variación en las rutinas se aceptaba con<br />

gusto. Por eso todos sucumbíamos, a modo <strong>de</strong> mansos cor<strong>de</strong>rillos <strong>de</strong> un mismo<br />

rebaño, a ese innato interés que acompaña al ser humano <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su más tierna<br />

infancia. Así que en cuanto alguien se aproximaba a aquella celda, un sexto<br />

sentido nos congregaba a todos como un imán, a pocos pasos <strong>de</strong>l valiente que<br />

<strong>de</strong>seaba revelar el oscuro secreto que se intuía tras esa ominosa puerta. Un<br />

rompecabezas <strong>de</strong>l que nuestros silencios hablaban a gritos y <strong>de</strong>l que no<br />

disponíamos ni <strong>de</strong> una pieza para completarlo.<br />

»En cuanto la puerta comenzaba a <strong>de</strong>slizarse —fusionado con el<br />

chasquido <strong>de</strong> la sustancia viscosa que, cubriendo toda la estancia, impedía la<br />

apertura total <strong>de</strong>l hueco—, el zumbido se volvía insoportable. A esa<br />

sensación <strong>de</strong> agobio e irrealidad contribuía en gran medida, la dulzona<br />

fragancia <strong>de</strong> flores que imperaba en el cuarto <strong>de</strong> forma casi palpable y<br />

asfixiante, como si allí el oxígeno hubiera sido eliminado. Inarmónica mezcla<br />

que penetraba por la nariz y se instalaba con apremio en nuestras gargantas.<br />

La atmósfera irrespirable, parecía hecha a propósito, para aturdir el resto <strong>de</strong><br />

los sentidos o lo que es peor… asesinarlos. En el discor<strong>de</strong> cóctel confluían<br />

todos los aromas <strong>de</strong> flores <strong>de</strong>l planeta y resultaba imposible i<strong>de</strong>ntificarlos uno<br />

a uno. Aun así, el cerebro se esforzaba por dar con su esencia primigenia.<br />

Vano esfuerzo. No obstante, aunque la sensación era intensa y embotaba el<br />

pensamiento, no evitaba que fijásemos la atención en el inquilino <strong>de</strong> aquel<br />

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