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Testimonios para los Ministros (1979) - Ellen G. White Writings

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130 <strong>Testimonios</strong> <strong>para</strong> <strong>los</strong> <strong>Ministros</strong><br />

borde de la muerte. El poder de Dios es el único capaz de cambiar<br />

el corazón humano y llenarlo del amor de Cristo. El poder de Dios<br />

es el único que puede corregir y dominar las pasiones y santificar<br />

<strong>los</strong> afectos. Todos <strong>los</strong> que ministran deben humillar sus corazones<br />

orgul<strong>los</strong>os, someter su voluntad a la voluntad de Dios, y ocultar su<br />

vida con Cristo en Dios.<br />

¿Cuál es el objeto del ministerio? ¿Es mezclar lo cómico con<br />

lo religioso? El lugar <strong>para</strong> tales exhibiciones es el teatro. Si Cristo<br />

es formado en el interior, si la verdad con su poder santificador es<br />

introducida en el santuario íntimo del alma, no tendréis a hombres<br />

festivos, ni a hombres agrios, de mal genio y ceñudos <strong>para</strong> enseñar<br />

las preciosas lecciones de Cristo a las almas que perecen.<br />

Nuestros ministros necesitan una transformación de carácter.<br />

Deben sentir que si sus obras no son hechas en Dios, si se <strong>los</strong> deja a<br />

merced de sus propios esfuerzos imperfectos son <strong>los</strong> más miserables<br />

de todos <strong>los</strong> hombres. Cristo estará con todo ministro que, aun<br />

cuando no haya alcanzado la perfección del carácter, esté procurando<br />

con todo fervor llegar a ser semejante a Cristo. Un ministro tal habrá<br />

de orar. Llorará entre el pórtico y el altar, clamando con angustia de<br />

alma que la presencia del Señor esté con él, de otra manera no podrá<br />

presentarse ante el pueblo, con todo el cielo que lo observa y con la<br />

pluma del ángel que toma nota de sus palabras, su comportamiento<br />

y su espíritu.<br />

¡Ojalá <strong>los</strong> hombres temiesen al Señor! ¡Ojalá amasen a Dios!<br />

¡Ojalá <strong>los</strong> mensajeros de Dios sintieran la carga por las almas que<br />

perecen! Entonces no serían meros discursantes, sino que el poder<br />

de Dios daría vida a sus almas y sus corazones arderían con el fuego<br />

del amor divino. Su debilidad se transformaría en fortaleza, porque<br />

serían hacedores de la palabra. Oirían la voz de Jesús: “He aquí<br />

yo estoy con vosotros todos <strong>los</strong> días”. Jesús sería su maestro; y la<br />

palabra hablada por el<strong>los</strong> sería viva y eficaz, y más cortante que una<br />

espada de dos fi<strong>los</strong>, que discierne <strong>los</strong> pensamientos y las intenciones<br />

del corazón. En la misma proporción en que el orador aprecia la<br />

presencia divina, honra el poder de Dios y confía en él, es reconocido<br />

como colaborador de Dios. Precisamente en esta proporción llega a<br />

ser poderoso por medio de Dios.<br />

Se necesita un poder elevador, un crecimiento constante en el<br />

conocimiento de Dios y la verdad, de parte del que busca la salvación

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