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Testimonios para los Ministros (1979) - Ellen G. White Writings

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Exhortaciones a la verdad y la lealtad 311<br />

arrogan el ejercicio de las prerrogativas de Dios: tienen la presunción<br />

de hacer aquello que Dios mismo no hace <strong>para</strong> tratar de controlar las<br />

mentes de <strong>los</strong> hombres. Introducen sus propios métodos y planes, y<br />

con sus falsos conceptos de Dios debilitan la fe de otros en la verdad<br />

e introducen falsos principios que actuarán como la levadura <strong>para</strong><br />

mancillar y corromper nuestras instituciones e iglesias. Todo lo que<br />

rebaja la concepción que el hombre tiene de la justicia, la equidad y<br />

el juicio imparcial, todo artificio o precepto que coloca a <strong>los</strong> agentes<br />

humanos de Dios bajo el control de mentes humanas, perjudica su<br />

fe en Dios; se<strong>para</strong> al alma de Dios, porque desvía de la senda de la<br />

estricta integridad y justicia. [367]<br />

Dios no justificará ningún medio por el cual el hombre pueda regir<br />

u oprimir en lo más mínimo a sus semejantes. La única esperanza<br />

<strong>para</strong> <strong>los</strong> hombres caídos consiste en mirar a Jesús y recibirlo como<br />

el único Salvador. Tan pronto como el hombre comienza a hacer<br />

una regla férrea <strong>para</strong> otros hombres, tan pronto como comienza a<br />

enjaezar y a guiar a <strong>los</strong> hombres según su propia idea, deshonra a<br />

Dios y pone en peligro su propia alma y las almas de sus semejantes.<br />

El hombre pecaminoso puede hallar esperanza y justicia solamente<br />

en Dios; ningún ser humano sigue siendo justo cuando deja de tener<br />

fe en Dios y no mantiene una conexión vital con él. La flor del<br />

campo debe estar arraigada en el suelo; debe tener el aire, el rocío,<br />

la lluvia y el sol. Florecerá solamente al recibir estos beneficios, y<br />

todos son de Dios. Así también <strong>los</strong> hombres. Recibimos de Dios<br />

lo que sostiene la vida del alma. Se nos amonesta a no confiar en<br />

el hombre, ni hacer de la carne nuestro brazo. Se pronuncia una<br />

maldición sobre todos <strong>los</strong> que lo hacen.<br />

Jesús y Nicodemo<br />

Nicodemo buscó una entrevista con Jesús de noche, diciéndole:<br />

“Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro; porque nadie<br />

puede hacer estas señales que tú haces, si no está Dios con él”. Todo<br />

eso era verdad, sin duda alguna; pero ¿qué dijo Jesús? “Le dijo: De<br />

cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede<br />

ver el reino de Dios”. Aquí había un hombre que desempeñaba un<br />

alto puesto de confianza, un hombre respetado como que estaba<br />

educado en las costumbres de <strong>los</strong> judíos, un hombre cuya mente

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