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Masonería - Generalísimo Francisco Franco

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UN DECRETO ANTIMASÓNICO<br />

20 de agosto de 1950<br />

No pueden comprenderse los gravísimos males a que la masonería ha arrastrado a la<br />

sociedad moderna cuando se vive en las tinieblas, a espaldas de la verdadera fe. Se han<br />

de padecer los males que la generación presente sufre y todavía permanecer ciegos a la<br />

luz divina que todo lo ilumina. ¿Cómo es posible que puedan apreciarse los males de la<br />

descristianización de las naciones, cuando no se cree en la existencia y en el poder de ese<br />

Dios que se desconoce? Si existe un Dios y éste es todopoderoso, no puede dejar sin<br />

castigo los enormes crímenes contra su Ley.<br />

Todo el misterio de la filosofía de la historia descansa en la voluntad y la decisión<br />

divinas. La sociedad moderna camina hacia el abismo porque ha perdido, con su espíritu,<br />

el alma. Un cuerpo sin alma es cadáver que a plazo fijo cae en la descomposición. Se<br />

cumplen así las palabras de la Escritura:<br />

“Aquellos que abandonen al Señor serán consumidos.”<br />

Alumbradas las naciones a la luz del Evangelio, reciben de Dios la riqueza o la<br />

pobreza; El las empuja a la victoria o las precipita en la derrota, hace aquélla fructífera o<br />

estéril; les derrama bendiciones o les vierte castigos, según sean fieles o rebeldes a su<br />

Ley.<br />

Pueden los pueblos nuevos de corta vida, que hoy verdaderamente empiezan a tejer,<br />

cerrar los ojos a las clarividentes lecciones de la Historia; pero los viejos pueblos católicos,<br />

que, como nuestra nación, vivimos íntimamente el recuerdo de nuestras grandezas y<br />

arrastramos el peso de nuestras desgracias, no podemos separar de nuestra conciencia el<br />

paralelismo que se establece entre nuestros días de gloria y el resurgimiento de la fe<br />

católica en nuestro país: los hechos brillantes de la Reconquista española, el<br />

descubrimiento y evangelización de América, la victoria de Lepanto, los hechos<br />

portentosos de nuestros conquistadores y capitanes, la misma reciente victoria de las<br />

armas nacionales en nuestra Cruzada son frutos dorados de nuestra fe, regalo de la<br />

voluntad divina, así como todas nuestras desgracias coinciden en tiempo y en lugar con el<br />

alejamiento de Dios de nuestro pueblo y el abandono de la fe o apostasía de nuestros<br />

príncipes y gobernantes. No en vano nuestra Santa Iglesia ha definido “que cuando Dios<br />

se va de los Estados es el demonio el que entra; que el Estado sin Dios es el Estado<br />

dirigido y conducido por el demonio y que la apostasía social es el reinado en el mundo de<br />

Satán”.<br />

Si durante veinte siglos Europa conservó el centro de la civilización, no podemos<br />

perder de vista que ese centro coincidió con el del catolicismo militante, y que cuando,<br />

como ahora, éste decae, se abaten sobre ella las desgracias y el centro de la civilización<br />

parece trasladarse a otros meridianos. Por todo ello, los que sabemos el peso decisivo que<br />

la masonería ha tenido en estos males y conocemos su conspiración taimada y tenaz<br />

contra el reinado del Dios verdadero, no podemos callar.<br />

Nace la masonería en tierras de apostasía al calor del protestantismo inglés, por<br />

esfuerzo y voluntad de un hugonote; enraíza en aquella sociedad en pugna con la fe<br />

católica y en lucha sorda contra el Papado, y en sus constituciones establece un programa<br />

completo de descristianización: secularización absoluta de las leyes, de la educación, del<br />

régimen administrativo, de la Universidad y de toda la economía social; secularización que<br />

implica la ruptura con el principio divino. Cultivo y propagación del naturalismo, que<br />

haciendo abstracción de la revelación pretende que las fuerzas solas de la razón y de la

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