Masonería - Generalísimo Francisco Franco
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consecuencia de la guerra sostenida entre Francia e Inglaterra descargó sobre los jesuitas<br />
la tormenta que desde hacia varios años se venía formando; destruido por la guerra el<br />
comercio de la Martinica y derrumbada la economía de aquella isla, se vino también abajo<br />
la prosperidad de que hasta entonces había disfrutado una factoría que la actividad de un<br />
jesuita, el padre La Valette, había creado para la mejora económica de los indígenas. Al no<br />
poder aquélla satisfacer sus compromisos y suspender sus pagos, los masones y filósofos<br />
desencadenaron sobre la Compañía una campaña de descrédito, queriendo descargar<br />
sobre la institución la responsabilidad de los quebrantos de la factoría que con<br />
independencia de la Orden venía rigiendo el activo misionero.<br />
Aunque la Compañía de Jesús demostró claramente su irresponsabilidad en los<br />
asuntos que el padre La Valette, como colonizador, pudiera haber contraído y del<br />
juramento que éste mismo hizo ante sus jueces “de que ni los superiores de la Orden ni<br />
ningún individuo de ella habían tenido parte ni connivencia en sus actos; que pedía perdón<br />
a todos sus hermanos por las calumnias que por causa suya había sufrido la Compañía y<br />
rogaba al juez que con la sentencia mandase publicar esta declaración, que hacía de su<br />
propia libertad, jurando que ninguno le había compelido ni exhortado a que la diese”,<br />
siguieron los odios de los enemigos, que ansiaban satisfacer su sed de venganza<br />
alentados por la Pompadour, los jansenistas y los nuevos filósofos.<br />
Muerto en 26 de enero de 1761 el virtuoso primer ministro Belle Isle, y reemplazado<br />
en aquel importante puesto por el duque de Choiseul, hombre impío y vano, poseido de<br />
una desmedida ambición que le había entregado al sectarismo más extremo, procedió éste<br />
a dar muerte al Instituto de San Ignacio, entregando al Parlamento de París el cuerpo<br />
indefenso de la Compañía. A pretexto de que decidiesen sobre un asunto comercial, único<br />
sobre el que tenían competencia, entregó a los filósofos y jansenistas del Parlamento de<br />
París, muchos de ellos masones, la resolución sobre la quiebra de la Martinica, ocasión<br />
que los masones del Parlamento de París aprovecharon para trasladar la cuestión al<br />
terreno de lo religioso y usurpando funciones revisar los estatutos de la Compañía de<br />
Jesús, vedándoles que recibiesen a nadie en su seno y continuasen enseñando la<br />
teología; poniendo en entredicho todas las bulas, rescriptos y demás concesiones<br />
apostólicas que disfrutaban. De esta forma, al tiempo que por un decreto se destruían las<br />
obras y congregaciones de jesuitas, que se ocupaban de ejercicios de piedad de los fieles,<br />
se permitía la multiplicación de las logias masónicas, que, desconocidas hasta entonces<br />
en muchas provincias, se extendieron por todos los lugares dependientes de la Corona de<br />
Francia, con menoscabo de la paz interna y de la doctrina del Evangelio.<br />
Alarmado el Rey por el giro que tomaban los acontecimientos, convocó una asamblea<br />
de obispos, en la cual se re unieron entre cardenales, arzobispos y obispos cincuenta y un<br />
prelados, los que se pronunciaron en favor de los jesuitas por cuarenta y cinco votos<br />
contra sólo seis, cinco de ellos supeditados a Choiseul, pero que sólo diferían de los<br />
demás en que queriendo poner una vela a Dios y otra al diablo, proponían establecer<br />
determinadas modificaciones en la Orden. Setenta prelados ausentes se adhirieron al<br />
parecer de la mayoría.<br />
La autoridad de esta resolución exasperó a los masones, protestantes, jansenistas,<br />
filósofos y demás enemigos de la Iglesia, que multiplicaron sus ataques con el apoyo de<br />
Choiseul, que buscaba concentrar la atención del país en estos sucesos y apartar de la<br />
gravísima situación que padecía con una guerra larga y desgraciada que le obligaba a<br />
ceder a Inglaterra el Canadá.<br />
En 1 de abril de 1762, al tiempo que se disponía el cierre de los establecimientos que<br />
la Orden regía en Francia y sus colonias, se inundaba el país de obras y folletos sacando a<br />
la luz todas las calumnias y falsedades que desde la expulsión de Portugal corrían por el<br />
Occidente. Libelos en que no había delito que no se imputase a los seguidores de San<br />
Ignacio, tachando ser la doctrina del Instituto la de revolución permanente contra el