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Masonería - Generalísimo Francisco Franco

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triunfal en Madrid en 23 de marzo entre las aclamaciones entusiásticas de la villa, y que<br />

hacía presagiar tiempos felices, fué, sin embargo, ensombrecida por la presencia en las<br />

afueras de Madrid del Cuerpo de ejército de Murat.<br />

El procesamiento de Godoy y el nombramiento de un nuevo Gobierno se recibió con<br />

general aplauso por la opinión pública; mas con los nuevos ministros volvía la hidra<br />

masónica a invadir los Consejos de la Corona: Floridablanca, Jovellanos, Ceballos, caídos<br />

en desgracia en la última etapa de gobierno y desterrados, volvían a la confianza regia.<br />

La entrada de las tropas francesas en Madrid había sido preparada con la<br />

correspondiente filtración masónica, y agentes importantes de Napoleón llevaron a cabo<br />

una de las más hábiles y tenebrosas intrigas que conocen los tiempos. Con la noticia que<br />

hicieron correr de que el Emperador venia a visitar la Corte y a entrevistarse con el nuevo<br />

Rey, inclinaron el ánimo de éste a salir a recibirle, y el 10 de abril, acompañado de su<br />

ministro de Estado, Ceballos, y de un grupo de nobles, marchó el Monarca para Burgos,<br />

donde, como era natural, no se encontraba Napoleón. La torpeza real y la malicia de<br />

agentes y consejeros siguieron empujando al Monarca por la pendiente, obligándole a<br />

continuar el viaje hacia la capital alavesa, en la que le esperaban 40.000 soldados<br />

franceses ocupando posiciones alrededor de la ciudad. El Rey se encontraba de hecho<br />

prisionero; sólo faltaba formalizar el acto. No había ya más remedio que seguir el camino<br />

en dirección a la frontera, donde decían esperaba Napoleón; pero, al cruzarla, días más<br />

tarde, Savary, jefe de la Policía francesa, anunció al Rey, sin ninguna clase de rodeos, que<br />

el Emperador había decidido destronarle.<br />

No pueden explicarse la torpeza y la falta de sensibilidad del Rey y la ausencia de las<br />

más elementales previsiones en su Gobierno sin conocer la filiación masónica de su<br />

ministro de Estado, que sin rubor, íbamos inmediatamente a ver de ministro del rey José.<br />

Trasladado Fernando a Bayona, donde ya se encontraban sus padres con el funesto<br />

favorito, y mientras se llevaban a cabo las diligencias para su renuncia al Trono en favor<br />

de Napoleón, el pueblo de Madrid, que pocos días antes le había aclamado como rey,<br />

lanzaba a los vientos su grito de rebeldía con el glorioso alzamiento nacional del 2 de<br />

mayo, que, como reguero de pólvora, iba a propagarse por toda la nación. Abandonado de<br />

su Rey y su Gobierno, sin jefes ni caudillo, ejército ni dineros se realizó el esfuerzo más<br />

grande y heroico que registran los siglos, que constituye una de las páginas más grandes<br />

de nuestra Historia.<br />

Un siglo después de nuestra guerra de Sucesión, en la que los ejércitos franceses e<br />

ingleses disputaron por primera vez su supremacía masónica sobre nuestra Patria, la<br />

invasión napoleónica convierte de nuevo a España en palenque en que iban a chocar,<br />

multiplicadas por la labor de un siglo, las dos masonerías entonces rivales.<br />

Decidido por Napoleón dar a España una nueva Constitución, convocó unas Cortes<br />

en Bayona, a las que asistieron unas docenas de diputados afrancesados con otras de<br />

nuestra nobleza decadente. En diez sesiones fué aprobado el proyecto y jurada por el rey<br />

José la carta por Napoleón impuesta, y, acompañado por una lucida cohorte de grandes<br />

de España, el 9 de julio atravesó nuestra frontera, junto con sus flamantes ministros<br />

Urquijo, Azanza, O’Farril, Mazarredo, Cabarrús y Piñuela; Ceballos, ministro de Estado<br />

hasta última hora del Rey Fernando; Azanza, ministro de Hacienda del mismo Gobierno, y<br />

el general O’Farril, que también había sido su ministro de la Guerra. Como se ve, un<br />

muestrario de masonería y deslealtad.<br />

Hubo logias de afrancesados en todas las capitales de España por donde pasaron los<br />

ejércitos napoleónicos. La logia más importante en este orden fué la llamada “Santa Julia”,<br />

que tomó esta advocación por ser esta santa la Patrona de Córcega, patria chica del gran<br />

Napoleón. Las antiguas logias de españoles no eran admitidas en la nueva organización<br />

que la masonería francesa propugnaba, y los masones españoles que no habían caído en<br />

el afrancesamiento se entendían con el oriente lusitano y con el gran oriente inglés. En el

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