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Masonería - Generalísimo Francisco Franco

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Majestad, explotando la inocencia y buena fe del pueblo madrileño, siempre presto “a<br />

tragarse caramelos envenenados”, tenía en el fondo un alcance mayor que el que<br />

aparentemente presentaba. Lo de menos era el corte de las capas ni el cambio de<br />

sombreros, que al pueblo, y con razón, tanto había enojado y que el edicto real había<br />

mandado cumplir bajo la sanción de seis ducados, para poner a la capital a la moda gala,<br />

lo que insensiblemente se venía realizando por la burguesía, y que, pese al motín, acabó<br />

entre ella por imponerse; lo importante era la anulación en los Consejos reales del católico<br />

marqués de la Ensenada, la destrucción de la Compañía de Jesús y el alcanzar el poder y<br />

la privanza real para aquellos masones a los que la masonería había destinado para la<br />

dirección de nuestra Patria. Si entre los incidentes del motín se vislumbra una determinada<br />

escisión masónica, ésta era un reflejo más de la lucha oculta, puesta de manifiesto en<br />

Nápoles, de los masones de obediencia inglesa contra los que, emancipándose, habían ya<br />

convertido la gran logia provincial de Nápoles en logia nacional napolitana independiente.<br />

La obra nefasta de aquel embajador inglés, Keene, y la influencia que a través del<br />

ministro Wall llegó a tener sobre la Corte española en el reinado de Fernando VI explican<br />

muchas cosas de las que después acontecieron. Perseguía el embajador destruir nuestro<br />

comercio con ultramar y nuestra pujante Marina, obra predilecta del católico Ensenada, y a<br />

ello se prestaba la impiedad y el sectarismo del ministro Wall, convertido, con su pandilla,<br />

en ejecutor fiel de las maquinaciones británicas. De sello inglés venia siendo el partido que<br />

en todas las Cortes europeas se formó en este año para reclutar adeptos en los medios<br />

aristocráticos, literarios y de abogados, militares e indiferentes contra el Papa y la Iglesia<br />

católica, y que apuntaba ya contra la forma monárquica de los Gobiernos de los Estados.<br />

Destacan en el posterior motín de Esquilache varios hechos, que los historiadores<br />

liberales, en buena parte masones, no quisieron desentrañar; pero que no pudieron borrar<br />

de los escritos y documentos de la época. Nadie puede explicarse que, iniciado el motín<br />

por grupos débiles y mal armados, se dejase crecer sin tomar providencia; el porqué a la<br />

propuesta del duque de Arcos de reducirlos cargando con su escuadrón de guardias sobre<br />

los amotinados, se opuso el marqués de Sarriá, que ejercía el mando de la Guardia<br />

Española; ni menos cómo se llegó a entregar a las turbas a un desgraciado guardia valona<br />

que, habiendo disparado al aire frente a los perturbadores, se había refugiado entre su<br />

fuerza, que fue entregado a los amotinados y en su presencia muerto a palos y a pedradas<br />

por la turba. Lo que despide un claro tufo de cobardía y complicación masónica.<br />

Igualmente quedó registrado en la historia de aquellos sucesos la seguridad de las<br />

turbas de no ser atacadas y cómo, obedeciendo determinadas consignas, se movieron,<br />

comieron y bebieron en las tabernas sin pagar el gasto, que determinados sujetos<br />

avalaban, y que a los pocos días fué satisfecho por varios comisionados, que por tascas y<br />

bodegones pagaron los gastos y perjuicios que, bajo su palabra, manifestaron los<br />

taberneros. Muchos y muy elocuentes comentarios se suscitaron durante bastantes años<br />

sobre la lenidad y forma en que se solventó el suceso, sin que hubiese el menor interés en<br />

las alturas en averiguar lo que públicamente se venía acusando, e impidiendo, incluso, se<br />

diese estado y se sacasen consecuencias de las gravísimas acusaciones que el opulento y<br />

volteriano americano señor Hermoso hizo contra los consejeros del monarca en el proceso<br />

que se le siguió, y al que se impidió y cohibió en su natural defensa.<br />

El objetivo inmediato del motín era explotar el disgusto del pueblo y exacerbar los<br />

ánimos para engañar al rey intímidándole, garantizándose por la dirección de ambos<br />

bandos el control de los acontecimientos; pero lo que creemos no pretendiesen y que no<br />

pudieron evitar fué que, desatadas las pasiones y excitadas las turbas, éstas llegasen a<br />

denigrar y humillar a la majestad real, obligando al rey a salir al balcón e inclinarse ante las<br />

exigencias de los amotinados, empeñándoles su palabra de honor de acceder a cuanto en<br />

su ultimátum le pedían. Llegó tan lejos la maniobra y fué tan fuerte la intimidación del rey y<br />

de algunos de sus leales, que aquella misma noche, en secreto y por una puerta falsa,

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