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Arlt, Roberto - El juguete rabioso - ET Nº32 DE 14

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Robert <strong>Arlt</strong> - <strong>El</strong> <strong>juguete</strong> <strong>rabioso</strong> <strong>El</strong> Ortiba<br />

Al detenernos frente a la biblioteca, Enrique invitó:<br />

—Mejor que entremos a buscar libros.<br />

—¿Y con qué abrimos la puerta?<br />

—Yo vi una barra de fierro en la piecita.<br />

—¿Sabés qué hacemos? Las lámparas las empaquetamos, y como la casa de Lucio es la que está<br />

más cerca, puede llevárselas.<br />

<strong>El</strong> granuja barbotó:<br />

—¡Mierda! Yo solo no salgo... no quiero ir a dormir a la leonera.<br />

¡La pecadora traza del granuja! Habíasele saltado el botón del cuello, y su corbata verde se<br />

mantenía a medias sobre la camisa de pechera desgarrada. Añadid a esto una gorra con la visera<br />

sobre la nuca, la cara sucia y pálida, los puños de la camisa desdoblados en torno de los guantes, y<br />

tendréis la desfachatada estampa de ese festivo masturbador injertado en un conato de reventador de<br />

pisos.<br />

Enrique, que terminaba de alinear sus lámparas, fue a buscar la barra de hierro.<br />

Lucio rezongó:<br />

—Qué rana es Enrique, ¿no te parece?, largarme de carnada a mí solo.<br />

—No macaniés. De aquí a tu casa hay sólo tres cuadras. Bien podías ir y venir en cinco<br />

minutos.<br />

—No me gusta.<br />

—Ya sé que no te gusta... no es ninguna novedad que sos puro aspamento.<br />

—¿Y si me encuentra un cana?<br />

—Rajá; ¿para qué tenés piernas?<br />

Sacudiéndose como un perro de aguas, entró Enrique.<br />

—¿Y ahora?<br />

—Dame, vas a ver.<br />

Envolví el extremo de la palanca en un pañuelo, introduciéndola en el resquicio, mas reparé<br />

que en vez de presionar hacia el suelo debía hacerlo en dirección contraria.<br />

Crujió la puerta y me detuve.<br />

—Apretá un poco más —chistó Enrique.<br />

Aumentó la presión y renovóse el alarmante chirrido.<br />

—Dejame a mí.

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