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Arlt, Roberto - El juguete rabioso - ET Nº32 DE 14

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Robert <strong>Arlt</strong> - <strong>El</strong> <strong>juguete</strong> <strong>rabioso</strong> <strong>El</strong> Ortiba<br />

II. LOS TRABAJOS Y LOS DÍAS<br />

Como el dueño de la casa nos aumentara el alquiler, nos mudamos de barrio, cambiándonos a un<br />

siniestro caserón de la calle Cuenca, al fondo de Floresta.<br />

Dejé de verlos a Lucio y Enrique, y una agria tiniebla de miseria se enseñoreó de mis días.<br />

Cuando cumplí los quince años, cierto atardecer mi madre me dijo:<br />

—Silvio, es necesario que trabajes.<br />

Yo que leía un libro junto a la mesa, levanté los ojos mirándola con rencor. Pensé: trabajar,<br />

siempre trabajar. Pero no contesté.<br />

<strong>El</strong>la estaba de pie frente a la ventana. Azulada claridad crespuscular incidía en sus cabellos<br />

emblanquecidos, en la frente amarilla, rayada de arrugas, y me miraba oblicuamente, entre<br />

disgustada y compadecida, y yo evitaba encontrar sus ojos.<br />

Insistió comprendiendo la agresividad de mi silencio.<br />

—Tenés que trabajar, ¿entendés? Tú no quisiste estudiar. Yo no te puedo mantener. Es<br />

necesario que trabajes.<br />

Al hablar apenas movía los labios, delgados como dos tablitas. Escondía las manos en los<br />

pliegues del chal negro que modelaba su pequeño busto de hombros caídos.<br />

—Tenés que trabajar, Silvio.<br />

—¿Trabajar, trabajar de qué? Por Dios... ¿Qué quiere que haga?... ¿que fabrique el empleo...?<br />

Bien sabe usted que he buscado trabajo.<br />

Hablaba estremecido de coraje; rencor a sus palabras tercas, odio a la indiferencia del mundo, a<br />

la miseria acosadora de todos los días, y al mismo tiempo una pena innominable: la certeza de la<br />

propia inutilidad.<br />

Mas ella insistía como si fueran ésas sus únicas palabras.<br />

—¿De qué?... a ver ¿de qué?<br />

Maquinalmente se acercó a la ventana, y con un movimiento nervioso arregló las arrugas de la<br />

cortina. Como si le costara trabajo decirlo:<br />

—En La Prensa siempre piden...<br />

—Sí, piden lavacopas, peones... ¿quiere que vaya de lavacopas?<br />

—No, pero tenés que trabajar. Lo poco que ha quedado alcanza para que termine Lila de<br />

estudiar. Nada más. ¿Qué querés que haga?<br />

Bajo la orla de la saya enseñó un botín descalabrado y dijo:<br />

—Mira qué botines. Lila para no gastar en libros tiene que ir todos los días a la biblioteca. ¿Qué<br />

querés que haga, hijo?

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