Arlt, Roberto - El juguete rabioso - ET Nº32 DE 14
Arlt, Roberto - El juguete rabioso - ET Nº32 DE 14
Arlt, Roberto - El juguete rabioso - ET Nº32 DE 14
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
Robert <strong>Arlt</strong> - <strong>El</strong> <strong>juguete</strong> <strong>rabioso</strong> <strong>El</strong> Ortiba<br />
Mas cuando se le entregaba el papel, pretendía que se le rebajara algunos centavos por kilo, o si<br />
no devolver los pedazos muy rotos, que sumando dos o tres kilos hacían perder lo ganado; o no<br />
pagarlo, que era perderlo todo...<br />
Acontecían percances divertidísimos, por los que Monti y yo acabamos por echarnos a reír para<br />
no llorar de rabia.<br />
Teníamos entre los clientes un chanchero que exigía se le entregaran los fardos de papel en su<br />
casa en un día por él determinado y a una hora prefijada, lo que era imposible; otro que devolvía la<br />
carga insultando al carretero, si no se le extendía recibo en la forma estipulada por la ley, lo que era<br />
superfluo; otro no pagaba el papel sino una semana después que comenzaba a consumirlo.<br />
No hablemos de la ralea de los feriantes turcos.<br />
Si yo les pedía noticias de Al Motamid, no me comprendían o se encogían de hombros,<br />
cortando un pedazo de bofe para el gato de una comadre descarada.<br />
Después para venderles había que perder una mañana, y eso con el objeto de enviar a distancias<br />
inverosímiles, en calles de suburbios desconocidos, un mísero paquete de veinticinco kilos, donde se<br />
ganaban setenta y cinco centavos.<br />
<strong>El</strong> carretero, un hombre taciturno de cara sucia, al atardecer cuando regresaba con su caballo<br />
cansado y el papel que no se había entregado, decía:<br />
—Éste no se entregó —y arrojaba el fardo al pavimento con gesto malhumorado— porque el<br />
carnicero estaba en los mataderos y la mujer dijo que no sabía nada y no lo quiso recibir. Este otro no<br />
vive en el número, porque allí es una fábrica de alpargatas. De esta calle no me supo dar razón nadie.<br />
Nos deslenguábamos en reniegos contra esa chusma que no reconocía formalidades, ni<br />
compromisos de ningún género.<br />
Otras veces acaecía que Mario y yo recogíamos un pedido del mismo individuo y cuando se le<br />
enviaba lo encargado lo rechazaba, porque decía que había comprado la mercadería a un tercero que<br />
se la ofreció más barata. Algunos tenían la desvergüenza de decir que no habían encargado nada, y<br />
por lo general, si no las había, inventaban las razones.<br />
Cuando creía haber ganado sesenta pesos en una semana recibía sólo veinticinco o treinta.<br />
Pero ¡y la gentecilla! ¡Los comerciantes al por menor, los tenderos y los farmacéuticos!<br />
¡Cuánta quisquillosidad, qué de informaciones y exámenes previos!<br />
Para comprar la insignificancia de mil sobres con el impreso de magnesia o ácido bórico, no lo<br />
hacían sino después de verlos frecuentemente y exigiendo de antemano que se les entregara muestra<br />
de papel, tipos de imprenta y al fin decían:<br />
—Veremos, pásese la otra semana.<br />
He pensado muchas veces que se podría escribir una filogenia y psicología del comerciante al<br />
por menor, del hombre que usa gorra tras el mostrador y que tiene el rostro pálido y los ojos fríos<br />
como láminas de acero.<br />
¡Ah, por qué no es suficiente exponer la mercadería!<br />
Para vender hay que empaparse de una sutilidad "mercurial", escoger las palabras y cuidar los<br />
conceptos, adular con circunspección, conversando de lo que no se piensa ni cree, entusiasmarse con