Arlt, Roberto - El juguete rabioso - ET Nº32 DE 14
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Robert <strong>Arlt</strong> - <strong>El</strong> <strong>juguete</strong> <strong>rabioso</strong> <strong>El</strong> Ortiba<br />
Yo estoy sentado en el suelo. Un soldadito sin piernas, rojo y verde, me mira desde su casa de<br />
cartón descalabrada. Las hermanas de Enrique riñen afuera con voz desagradable.<br />
—¿Entonces?...<br />
Enrique levanta la noble cabeza y mira a Lucio.<br />
—¿Entonces?<br />
Yo miro a Enrique.<br />
—¿Y qué te parece a vos, Silvio? —continúa Lucio.<br />
—No hay que hacerle; dejarse de macanear, si no, vamos a caer.<br />
—Anteanoche estuvimos dos veces a punto.<br />
—Sí, la cosa no puede ser más clara —y Lucio por décima vez relee complacido el recorte de<br />
un diario:<br />
—¿Así que el club se disuelve? —dice Enrique.<br />
—No. Paraliza sus actividades por tiempo indeterminado —replica Lucio—. No es programa<br />
trabajar ahora que la policía husmea algo.<br />
—Cierto; sería una estupidez.<br />
—¿Y los libros?<br />
—¿Cuántos tomos son?<br />
—Veintisiete.<br />
—Nueve para cada uno... pero no hay que olvidarse de borrar con cuidado los sellos del<br />
Consejo Escolar...<br />
—¿Y las bombas?<br />
Con presteza Lucio replica:<br />
—Miren, che, yo de las bombas no quiero saber ni medio. Antes de ir a reducirlas, las tiro a la<br />
letrina.<br />
—Sí, cierto, es un poco peligroso ahora.<br />
Irzubeta calla.<br />
—¿Estás triste, che Enrique?<br />
Una sonrisa extraña le tuerce la boca; encógese de hombros y con vehemencia, irguiendo el<br />
busto dice:<br />
—Ustedes desisten, claro, no para todos es la bota de potro, pero yo, aunque me dejen solo, voy<br />
a seguir.<br />
En el muro de la covacha de los títeres, el rayo rojo ilumina el demacrado perfil del adolescente.