Arlt, Roberto - El juguete rabioso - ET Nº32 DE 14
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Robert <strong>Arlt</strong> - <strong>El</strong> <strong>juguete</strong> <strong>rabioso</strong> <strong>El</strong> Ortiba<br />
Pensé:<br />
"Y así es la vida, y cuando yo sea grande y tenga un hijo, le diré: 'Tenés que trabajar. Yo no te<br />
puedo mantener.' "Así es la vida. Un ramalazo de frío me sacudía en la silla.<br />
Ahora, mirándola, observando su cuerpo tan mezquino, se me llenó el corazón de pena.<br />
Creía verla fuera del tiempo y del espacio, en un paisaje sequizo, la llanura parda y el cielo<br />
metálico de tan azul. Yo era tan pequeño que ni caminar podía, y ella flagelada por las sombras,<br />
angustiadísima, caminaba a la orilla de los caminos, llevándome en sus brazos, calentándome las<br />
rodillas con el pecho, estrechando todo mi cuerpecito contra su cuerpo mezquino, y pedía a las gentes<br />
para mí, y mientras me daba el pecho, un calor de sollozo le secaba la boca, y de su boca hambrienta<br />
se quitaba el pan para mi boca, y de sus noches el sueño para atender a mis quejas, y con los ojos<br />
resplandecientes, con su cuerpo vestido de míseras ropas, tan pequeña y tan triste, se abría como un<br />
velo para cobijar mi sueño.<br />
¡Pobre mamá! Y hubiera querido abrazarla, hacerle inclinar la emblanquecida cabeza en mi<br />
pecho, pedirle perdón de mis palabras duras, y de pronto, en el prolongado silencio que<br />
guardábamos, le dije con voz vibrante:<br />
—Sí, voy a trabajar, mamá.<br />
Quedamente:<br />
—Está bien, hijo, está bien... —y otra vez la pena honda nos selló los labios.<br />
Afuera, sobre la sonrosada cresta de un muro, resplandecía en lo celeste un fúlgido tetragrama<br />
de plata.<br />
Don Gaetano tenía su librería, mejor dicho, su casa de compra y venta de libros usados, en la<br />
calle Lavalle al 800, un salón inmenso, atestado hasta el techo de volúmenes.<br />
<strong>El</strong> local era más largo y tenebroso que el antro de Trofonio.<br />
Donde se miraba había libros: libros en mesas formadas por tablas encima de caballetes, libros<br />
en los mostradores, en los rincones, bajo las mesas y en el sótano.<br />
Anchurosa portada mostraba a los transeúntes el contenido de la caverna, y en los muros de la<br />
calle colgaban volúmenes de historias para imaginaciones vulgares, la novela de Genoveva de<br />
Brabante y Las aventuras de Musolino. Enfrente, como en un colmenar, la gente rebullía por el atrio<br />
de un cinematógrafo, con su campanilla repiqueteando incesantemente.<br />
Al mostrador, junto a la puerta, atendía la esposa de don Gaetano, una mujer gorda y blanca, de<br />
cabello castaño y ojos admirables por su expresión de crueldad verde.<br />
—No está don Gaetano.<br />
La mujer me señaló un grandulón que en mangas de camisa miraba desde la puerta el ir y venir<br />
de las gentes. Anudaba una corbata negra al cuello desnudo, y el pelo ensortijado sobre la frente<br />
tumultuosa dejaba ver entre sus anillos la punta de las orejas. Era un bello tipo, con su reciedumbre y<br />
piel morena, mas, bajo las pestañas hirsutas, los ojos grandes y de aguas convulsas causaban<br />
desconfianza.<br />
<strong>El</strong> hombre cogió la carta donde me recomendaban, la leyó; después, entregándola a su esposa,<br />
quedóse examinándome.