Arlt, Roberto - El juguete rabioso - ET Nº32 DE 14
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Robert <strong>Arlt</strong> - <strong>El</strong> <strong>juguete</strong> <strong>rabioso</strong> <strong>El</strong> Ortiba<br />
—Teoría... sueños... —me interrumpió restregándose las manos—. Yo lo conozco a Ricaldoni,<br />
y con todos sus inventos no ha pasado de ser un simple profesor de física. <strong>El</strong> que quiere enriquecerse<br />
tiene que inventar cosas prácticas, sencillas.<br />
Me sentí laminado de angustia.<br />
Continuó:<br />
—<strong>El</strong> que patentó el juego del diábolo, ¿sabe usted quién fue?... Un estudiante suizo, aburrido de<br />
invierno en su cuarto. Ganó una barbaridad de pesos, igual que ese otro norteamericano que inventó<br />
el lápiz con gomita en un extremo.<br />
Calló, y sacando una petaca de oro con un florón de rubíes en el dorso, nos invitó con<br />
cigarrillos de tabaco rubio.<br />
<strong>El</strong> teósofo rehusó inclinando la cabeza, yo acepté. <strong>El</strong> señor Souza continuó:<br />
—Hablando de otras cosas. Según me comunicó el amigo aquí presente, usted necesita un<br />
empleo.<br />
—Sí, señor, un empleo donde pueda progresar, porque donde estoy...<br />
—Sí... sí... ya sé, la casa de un napolitano... ya sé... un sujeto. Muy bien, muy bien... creo que no<br />
habrá inconvenientes. Escríbame una carta detallándome todas las particularidades de su carácter,<br />
francamente y no dude de que yo lo puedo ayudar. Cuando yo prometo, cumplo.<br />
Levantóse del sillón con negligencia.<br />
—Amigo Demetrio... mayor gusto... venga a verme pronto, que quiero enseñarle unos cuadros.<br />
Joven Astier, espero su carta —y sonriendo, agregó:<br />
—Cuidadito con engañarme.<br />
Una vez en la calle, dije estusiasmado al teósofo:<br />
—Qué bueno es el señor Souza... y todo por usted... muchas gracias.<br />
—Vamos a ver... vamos a ver.<br />
Dejé de evocar, para preguntar qué hora era al mozo de la lechería.<br />
—Dos menos diez.<br />
¿Qué habrá resuelto el señor Souza?<br />
En el intervalo de dos meses habíale escrito frecuentemente encareciéndole mi precaria<br />
situación, y después de largos silencios, de breves esquelas que no firmaba y escritas a máquina, el<br />
hombre dineroso se dignaba recibirme.<br />
"Sí, ha de ser dándome un empleo, quizá en la administración municipal o en el gobierno. Si<br />
fuera cierto, ¡qué sorpresa para mamá!", y al recordarla, en esa lechería con enjambres de moscas<br />
volando en torno de pirámides de alfajores y pan de leche, ternura súbita me humedeció los ojos.<br />
Arrojé el cigarrillo y pagando lo consumido me dirigí a la casa de Souza.<br />
Con violencia latían mis venas cuando llamé.