Arlt, Roberto - El juguete rabioso - ET Nº32 DE 14
Arlt, Roberto - El juguete rabioso - ET Nº32 DE 14
Arlt, Roberto - El juguete rabioso - ET Nº32 DE 14
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
Robert <strong>Arlt</strong> - <strong>El</strong> <strong>juguete</strong> <strong>rabioso</strong> <strong>El</strong> Ortiba<br />
La mujer no respondió a mi saludo. Inmóvil, la mejilla posando en la palma de la mano y el<br />
brazo desnudo apoyado en el lomo de los libros, fijos los ojos en el frente de la casa de Dardo Rocha,<br />
parecía el genio tenebroso de la caverna de los libros.<br />
A las nueve de la mañana me detuve en la casa donde vivía el librero. Después de llamar,<br />
guareciéndome de la lluvia, me recogí en el zaguán.<br />
Un viejo barbudo, envuelto el cuello en una bufanda verde y la gorra hundida hasta las orejas,<br />
salió a recibirme.<br />
—¿Qué quiere?<br />
—Yo soy el nuevo empleado.<br />
—Suba.<br />
Me lancé por el vano de la escalera, sucia en los peldaños.<br />
Cuando llegamos al pasillo, el hombre dijo:<br />
—Espérese.<br />
Tras los vidrios de la ventana que daba a la calle, frente a la balconada, veíase el achocolatado<br />
cartel de hierro de una tienda. La llovizna resbalaba lentamente por la convexidad barnizada. Allá<br />
lejos, una chimenea entre dos tanques arrojaba grandes lienzos de humo al espacio pespunteada por<br />
agujas de agua.<br />
Repetíanse los nerviosos golpes de campana de los tranvías, y entre el "trolley" y los cables<br />
vibraban chispas violetas; el cacareo de un gallo afónico venía no sé de dónde.<br />
Súbita tristeza me sobrecogió al enfrentarme al abandono de aquella casa.<br />
Los cristales de las puertas estaban sin cortinas, los postigos cerrados.<br />
En un rincón del hall, en el piso cubierto de polvo, había olvidado un trozo de pan duro, y en la<br />
atmósfera flotaba olor a engrudo agrío: cierta hediondez de suciedad harto tiempo húmeda.<br />
—Miguel —gritó con voz desapacible la mujer desde adentro.<br />
—Va, señora.<br />
—¿Está el café?<br />
<strong>El</strong> viejo levantó los brazos al aire y cerrando los puños se dirigió a la cocina por un patio<br />
mojado.<br />
—Miguel.<br />
—Señora.<br />
—¿Dónde están las camisas que trajo Eusebia?<br />
—En el baúl chico, señora.<br />
—Don Miguel —habló socarronamente el hombre.