Arlt, Roberto - El juguete rabioso - ET Nº32 DE 14
Arlt, Roberto - El juguete rabioso - ET Nº32 DE 14
Arlt, Roberto - El juguete rabioso - ET Nº32 DE 14
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
Robert <strong>Arlt</strong> - <strong>El</strong> <strong>juguete</strong> <strong>rabioso</strong> <strong>El</strong> Ortiba<br />
—No hay que desanimarse, diábolo. Quiere ser inventor y no sabe vender un kilo de papel.<br />
Luego indicaba:<br />
—Hay que ser constante. Toda clase de comercio es así. Hasta que a uno no lo conocen no<br />
quieren tener trato. En un negocio le dicen que tienen. No importa. Hay que volver hasta que el<br />
comerciante se habitúe a verlo y acabe por comprar. Y siempre gentile, porque es así —y cambiando<br />
de conversación agregaba—: Venga esta tarde a tomar café. Charlaremos un rato.<br />
Cierta noche en la calle Rojas entré en una farmacia. <strong>El</strong> farmacéutico, bilioso sujeto picado de<br />
viruelas, examinó mi mercadería, después habló y parecióme un ángel por lo que dijo:<br />
—Mándeme cinco kilos de papel de seda surtido, veinte kilos de papel parejo especial y hágame<br />
veinte mil sobres, cada cinco mil con este impreso: "Acido bórico", "Magnesia calcinada", "Cremor<br />
tártaro", "Jabón de campeche". Eso sí, el papel tiene que estar el lunes bien temprano aquí.<br />
Estremecido de alegría anoté el pedido, saludé con una reverencia al seráfico farmacéutico y<br />
me perdí por las calles. Era la primera venta. Había ganado quince pesos de comisión.<br />
Entré al mercado de Caballito, ese mercado que siempre me recordaba los mercados de las<br />
novelas de Carolina Invernizio. Un obeso salchichero con cara de vaca, a quien había molestado<br />
inútilmente otras veces, me gritó al tiempo de enarbolar su cuchillo sobre un bloque de tocino:<br />
—Che, mándeme doscientos kilos recorte especial, pero mañana bien temprano, sin falta, y a<br />
treinta y uno.<br />
Había ganado cuatro pesos, a pesar de rebajar un centavo por kilo.<br />
Infinita alegría, dionisiaca alegría inverosímil, ensanchaba mi espíritu hasta las celestes<br />
esferas... y entonces, comparando mi embriaguez con la de aquellos héroes danunzianos que mi<br />
patrón criticaba por sus magníficos empaques, pensé:<br />
"Monti es un idiota."<br />
De pronto sentí que apretaban mi brazo; volvíme brusco y me encontré frente a Lucio, aquel<br />
insigne Lucio que formaba parte del club de Los Caballeros de Media Noche.<br />
Nos saludamos efusivamente. Después de la noche azarosa no le había vuelto a ver, y ahora<br />
estaba frente a mí sonriendo y mirando como de costumbre a todos lados. Reparé que estaba bien<br />
trajeado, mejor calzado y enjoyado, luciendo en los dedos anillos de oro falso y una piedra pálida en<br />
la corbata.<br />
Había crecido; era un recio pelafustán disfrazado de dandy. Complemento de esta figura de<br />
jaquetón adecentado, era un fieltro aludo, hundido graciosamente sobre la frente hasta las cejas.<br />
Fumaba en boquilla de ámbar, y como hombre que sabe tratar a los amigos, después de los primeros<br />
saludos me invitó a tomar un bock en una cervecería próxima.<br />
Sentados ya, y habiendo sorbido su cerveza de un solo trago, el amigo Lucio dijo con voz<br />
enronquecida:<br />
—¿Y de qué trabajás vos?<br />
—¿Y vos?... Te veo hecho un dandy, un personaje.<br />
Le torció la boca una sonrisa.