Arlt, Roberto - El juguete rabioso - ET Nº32 DE 14
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Robert <strong>Arlt</strong> - <strong>El</strong> <strong>juguete</strong> <strong>rabioso</strong> <strong>El</strong> Ortiba<br />
—Pero...<br />
—Andate, bestia. ¿Qué hiciste de tu vida?... ¿de tu vida?...<br />
—No... no seas así...<br />
—Bestia... ¿Qué hiciste de tu vida?<br />
Y yo no atinaba a decirle en ese instante todas las altas cosas, preciosas y nobles que estaban en<br />
mí, y que instintivamente rechazaban su llaga.<br />
<strong>El</strong> mancebo retrocedió. Encogía los labios mostrando los colmillos, luego se sumergió en el<br />
lecho, y mientras yo vestido entraba a mi cama, él, con los brazos en asa bajo la nuca, comenzó a<br />
cantar:<br />
Arroz con leche,<br />
me quiero casar.<br />
Lo miré oblicuamente, luego, sin cólera, con una serenidad que me asombraba, le dije:<br />
—Si no te callás, te rompo la nariz.<br />
—¿Qué?<br />
—Sí, te rompo la nariz.<br />
Entonces volvió el rostro a la pared. Una angustia horrible pesó en el aire confinado. Yo sentía<br />
la fijeza con que su pensamiento espantoso cruzaba el silencio. Y de él sólo veía el triángulo de<br />
cabello negro recortando la nuca, y después el cuello blanco, redondo, sin acusar tentaciones.<br />
No se movía, pero la fijeza de su pensamiento se aplastaba... se modelaba en mí... y yo alelado<br />
pemanecía rígido, caído en el fondo de una angustia que se iba solidificando en conformidad. Y a<br />
momentos lo espiaba con el rabillo del ojo.<br />
De pronto su colcha se movió, y quedaron al descubierto sus hombros, sus hombros lechosos<br />
que surgían del arco de puntilla que sobre las clavículas le hacía la camisa de batista...<br />
Un grito suplicante de mujer estalló en el pasillo al cual daba mi habitación:<br />
—No... no... por favor...<br />
Y el sordo choque de un cuerpo sobre el muro, me arqueó el alma sobre el espanto primero,<br />
cavilé un instante, después salté del lecho y abrí la puerta en el preciso instante que la puerta de la<br />
pieza frontera se cerraba.<br />
Me apoyé en el marco. De la vecina habitación, no surgía nada. Me volví dejando la puerta<br />
abierta, sin mirar al otro, apagué la luz y me acosté...<br />
En mí había ahora una seguridad potente. Encendí un cigarrillo y le dije a mi compañero de<br />
albergue:<br />
—Che, ¿quién te enseñó esas porquerías?