12.05.2013 Views

Arlt, Roberto - El juguete rabioso - ET Nº32 DE 14

Arlt, Roberto - El juguete rabioso - ET Nº32 DE 14

Arlt, Roberto - El juguete rabioso - ET Nº32 DE 14

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

Robert <strong>Arlt</strong> - <strong>El</strong> <strong>juguete</strong> <strong>rabioso</strong> <strong>El</strong> Ortiba<br />

<strong>El</strong> Rengo gozaba de popularidad. Además, como a todos los personajes de la historia, le<br />

agradaba tener amigas, saludarse con las vecinas, bañarse en esta atmósfera de chirigota y grosería<br />

que entre comerciante bajo y comadre pringosa se establece de inmediato.<br />

Cuando hablaba de cosas sucias, su cara roja resplandecía como si la hubieran cardado con<br />

tocino, y el círculo de mondongueras, verduleros y vendedoras de huevos se regocijaba de la<br />

inmundicia con que las salpicaban las chuscadas del jaquetón.<br />

Llamaban:<br />

—Rengo... vení, Rengo.<br />

Y los fornidos carniceros, los robustos hijos de napolitanos, toda la barbuda suciedad que se<br />

gana la vida traficando miserablemente, toda la chusma flaca y gorda, aviesa y astuta, los vendedores<br />

de pescado y de fruta, los carniceros y mantequeras, toda la canalla codiciosa de dinero se complacía<br />

en la granujería del Rengo, en la desvergüenza del Rengo, y el Rengo olímpico, desfachatado y<br />

milonguero, semejante al símbolo de la feria franca, en el pasaje sembrado de tronchos, berzas y<br />

cáscaras de naranja, avanzaba contoneándose, y prendida a los labios esta canción obscena.<br />

Y es lindo gozar de garrón.<br />

Se adornaba el cuello que dejaba libre su elástico negro, con un pañuelo rojo. Grasiento<br />

sombrero aludo le sombreaba la frente y en vez de botines calzaba alpargatas de tela violeta y<br />

adornadas de arabescos rosados.<br />

Con un látigo que nunca abandonaba recorría rengueando de un lado a otro la fila de carros,<br />

para hacer guardar compostura a los caballos que por desaburrirse se mordisqueaban ferozmente.<br />

<strong>El</strong> Rengo, además de cuidador, tenía sus cascabeles de ladrón, y siendo "macró" de afición no<br />

podía dejar de ser jugador de hábito. En substancia, era un pícaro afabilísimo, del cual se podía<br />

esperar cualquier favor y también alguna trastada.<br />

Él decía haber estudiado para jockey y haberle quedado ese esguince en la pierna porque de<br />

envidia los compañeros le espantaron el caballo un día de prueba, pero yo creo que no había pasado<br />

de ser bostero en alguna caballeriza.<br />

Eso sí, conocía más nombres y virtudes de caballos que una beata santos del martirologio. Su<br />

memoria era un almanaque de Gotha de la nobleza bestial. Cuando hablaba de minutos y segundos se<br />

creía escuchar a un astrónomo, cuando hablaba de sí mismo y de la pérdida que había tenido el país<br />

al perder un jockey como él, uno sentíase tentado a llorar.<br />

¡Qué vago!<br />

Si iba a verle, abandonaba los puestos donde conferenciaba con ciertas barraganas, y<br />

cogiéndome de un brazo decía a vía de introito:<br />

—Pasá un cigarrillo, que... —y encaminándonos a la fila de carros, subíamos al que estaba<br />

mejor entoldado para sentarnos y conversar largamente.<br />

Decía:<br />

—Sabés, lo amuré al turco Salomón. Se dejó olvidada en el carro una pierna de carnero, lo<br />

llamé al Pibe (un protegido) y le dije: "Rajando esto a la pieza."<br />

Decía:

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!