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Arlt, Roberto - El juguete rabioso - ET Nº32 DE 14

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Robert <strong>Arlt</strong> - <strong>El</strong> <strong>juguete</strong> <strong>rabioso</strong> <strong>El</strong> Ortiba<br />

¿Saldría yo alguna vez de mi ínfima condición social, podría convertirme algún día en un<br />

señor, dejar de ser el muchacho que se ofrece para cualquier trabajo?<br />

Pasó un teniente y adopté la posición militar... Después me dejé caer en un rincón y la pena se<br />

me hizo más honda.<br />

En el futuro, ¿no sería yo uno de esos hombres que llevan cuellos sucios, camisas zurcidas,<br />

traje color vinoso y botines enormes, porque en los pies le han salido callos y juanetes de tanto<br />

caminar, de tanto caminar solicitando de puerta en puerta trabajo en qué ganarse la vida?<br />

Me tembló el alma. ¿Qué hacer, qué podría hacer para triunfar, para tener dinero, mucho<br />

dinero? Seguramente no me iba a encontrar en la calle una cartera con diez mil pesos. ¿Qué hacer,<br />

entonces? Y no sabiendo si pudiera asesinar a alguien, si al menos hubiera tenido algún pariente,<br />

rico, a quien asesinar y responderme, comprendí que nunca me resignaría a la vida penuriosa que<br />

sobrellevan naturalmente la mayoría de los hombres.<br />

De pronto se hizo tan evidente en mi conciencia la certeza de que ese anhelo de distinción me<br />

acompañaría por el mundo, que me dije:<br />

"No me importa no tener traje, ni plata, ni nada"; y casi con vergüenza me confesé: "Lo que yo<br />

quiero, es ser admirado de los demás, elogiado de los demás. ¡Qué me importa ser un perdulario! Eso<br />

no me importa... Pero esta vida mediocre... Ser olvidado cuando muera, esto sí que es horrible. ¡Ah,<br />

si mis inventos dieran resultado! Sin embargo, algún día me moriré, y los trenes seguirán caminando,<br />

y la gente irá al teatro como siempre, y yo estaré muerto, bien muerto... muerto para toda la vida."<br />

Un escalofrío me erizó el vello de los brazos. Frente al horizonte recorrido por navíos de nubes,<br />

la convicción de una muerte eterna espantaba mi carne. Apresurado, cogiendo el plato, fui a la pileta.<br />

¡Ah, si se pudiera descubrir algo para no morir nunca, vivir aunque fuera quinientos años!<br />

<strong>El</strong> cabo que dirigía los ejercicios de instrucción, me llamó:<br />

—En seguida, mi cabo primero.<br />

Durante el ejercicio, por intermedio del sargento, había solicitado permiso al capitán Márquez,<br />

con objeto de pedirle consejo acerca de un mortero de trinchera que había ideado, para arrojar<br />

proyectiles que permitieran destruir mayor cantidad de hombres, que los schrapnells con sus<br />

explosivos.<br />

Interiorizado en mi vocación, el capitán Márquez acostumbraba escucharme, y en tanto yo<br />

hablaba esquematizando en la pizarra, él, tras los espejuelos de sus lentes, me miraba sonriendo con<br />

una sonrisa de curiosidad, de burla y de indulgencia.<br />

Dejé el plato en la bolsa de servicio y rápidamente me dirigí al casino de oficiales.<br />

Ahora estaba en su habitación. Junto al muro, un lecho de campaña, un estante con revistas y<br />

cursos de ciencias militares, y clavado en la pared un tablero negro con su cajita llena de barras de<br />

tiza clavada en un ángulo.<br />

<strong>El</strong> capitán me dijo:<br />

—A ver, ayer cómo es ese cañón de trinchera. Diséñelo.<br />

Cogí una tiza, e hice un croquis.<br />

Comencé.

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