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Arlt, Roberto - El juguete rabioso - ET Nº32 DE 14

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Robert <strong>Arlt</strong> - <strong>El</strong> <strong>juguete</strong> <strong>rabioso</strong> <strong>El</strong> Ortiba<br />

"No me importa... y seré hermoso como Judas Iscariote. Toda la vida llevaré una pena... una<br />

pena... La angustia abrirá a mis ojos grandes horizontes espirituales... ¡pero qué tanto embromar! ¿No<br />

tengo derecho yo...? ¿acaso yo?... Y seré hermoso como Judas Iscariote... y toda la vida llevaré una<br />

pena... pero... ¡ah!, es linda la vida, Rengo... es linda... y yo... yo a vos te hundo, te degüello... te<br />

mando al 'brodo' a vos... sí, a vos... que sos 'pierna'... que sos 'rana'... yo te hundo a vos... sí, a vos,<br />

Rengo... y entonces... entonces seré hermoso como Judas Iscariote... y tendré una pena... una pena...<br />

¡Puerco!"<br />

Grandes manchas de oro tapizaban el horizonte, del que surgían en penachos de estaño, nubes<br />

tormentosas, circundadas de atorbellinados velos color naranja.<br />

Levanté la cabeza y próximo al zenit entre sábanas de nubes, vi relucir débilmente una estrella.<br />

Diría una salpicadura de agua trémula en una grieta de porcelana azul.<br />

Me encontraba en el barrio sindicado por el Rengo.<br />

Las aceras estaban sombreadas por copudos follajes de acacias y ligustros. La calle era<br />

tranquila, románticamente burguesa, con verjas pintadas ante los jardines, fuentecillas dormidas entre<br />

los arbustos y algunas estatuas de yeso averiadas. Un piano sonaba en la inquietud del crepúsculo, y<br />

me sentí suspendido de los sonidos, como una gota de rocío en la ascensión de un tallo. De un rosal<br />

invisible llegó tal ráfaga de perfume, que embriagado vacilé sobre mis rodillas, al tiempo que leía en<br />

una placa de bronce:<br />

ARSENIO VITRI — Ingeniero<br />

Era la única indicando dicha profesión, en tres cuadras a lo largo.<br />

A semejanza de otras casas, el jardín florecido extendía sus canteros frente a la sala, y al llegar<br />

al camino de mosaico que conducía a la puerta vidriada de la mampara se cortaba; luego continuaba<br />

formando escuadra a lo largo del muro de la casa ladera. Encima de un balcón una cúpula de cristal<br />

protegía de la lluvia el alféizar.<br />

Me detuve y presioné el botón del timbre.<br />

La puerta de la mampara se abrió, y encuadrada por el marco, vi una mulata cejijunta y de<br />

mirada aviesa, que de mal modo me preguntó lo que quería.<br />

Al interrogarle si estaba el ingeniero, me respondió que vería, y tornó diciéndome quién era, y<br />

qué es lo que deseaba. Sin impacientarme le respondí que me llamaba Fernán González, de profesión<br />

dibujante.<br />

Volvió a entrar la mulata, y ya más apaciguada, me hizo pasar. Cruzamos ante varias puertas<br />

con las persianas cerradas, de pronto abrió la hoja de un estudio, y frente a un escritorio a la<br />

izquierda de una lámpara con pantalla verde, vi una cabeza canosa inclinada; el hombre me miró, le<br />

saludé, y me hizo señal de que entrara. Después dijo:<br />

—Un momento, señor, y soy con usted.<br />

Le observé. Era joven a pesar de su cabello blanco.<br />

Había en su rostro una expresión de fatiga y melancolía. <strong>El</strong> ceño era profundo, las ojeras<br />

hondas, haciendo triángulo con los párpados, y el extremo de los labios ligeramente caídos<br />

acompañaba a la postura de esa cabeza, ahora apoyada en la palma de la mano e inclinada hacia un<br />

papel.

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