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Alejandro Dumas - adrastea80.byetho...

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an podido ver el valiente escuadrón de los<br />

tres jóvenes seguidos de sus pajes y de sus<br />

tres escuderos.<br />

Caminaban en silencio, sin proferir bravatas,<br />

ni gritos, ni amenazas; el más calavera<br />

de los tres era el que iba más pensativo, pues<br />

siempre da en qué pensar un duelo, cuando<br />

se sabe que por una y otra parte será encarnizado,<br />

mortal, sin misericordia.<br />

Cuando estuvieron a la altura de la calle<br />

de Santa Catalina, dirigieron los tres la vista<br />

a la casita de Monsoreau, con una sonrisa<br />

que indicaba que a todos había ocurrido la<br />

misma idea.<br />

-Desde ahí bien se verá el combate -dijo<br />

Antraguet-, y estoy seguro de que la pobre<br />

Diana vendrá más de una vez a ese balcón.<br />

-¡Oiga! -exclamó Ribeirac-, ya ha venido.<br />

-¿De qué lo sabes?<br />

-Está abierto.<br />

-Es verdad: ¿pero por qué estará ahí esa<br />

escala habiendo puerta?<br />

-En efecto, es extraño -observó Antraguet.<br />

Los tres se acercaron a la casa, previendo<br />

algún suceso extraordinario.

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