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Alejandro Dumas - adrastea80.byetho...

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-Ah, monseñor -repuso el que acababa de<br />

abrir la puerta-, trazas tienen de eso. ¿Diréis<br />

vuestro nombre o guardaréis el incógnito?<br />

-¡Hombres armados! ¡Una celada!<br />

-Algún celoso que nos espía. ¡Poderoso<br />

Dios! ya lo decía yo, monseñor, que la dama<br />

era muy hermosa para no tener quien la galantease.<br />

-Entremos pronto, Aurilly. Mejor se sostiene<br />

un sitio detrás de una puerta, que una<br />

lucha delante.<br />

-Sí, monseñor, cuando no hay enemigos<br />

en la plaza. ¿Pero quién os dice...?<br />

No tuvo tiempo de terminar la frase. Los<br />

dos jóvenes habían atravesado con la rapidez<br />

del rayo el espacio de un centenar de pasos<br />

que les separaba de aquellos dos hombres.<br />

Quelus y Maugiron, que habían seguido andando<br />

junto a la pared, se interpusieron entre<br />

la puerta y los que querían entrar, a fin de<br />

cortarles la retirada, mientras que Schomberg,<br />

d'O y d'Epernon se disponían a atacarles<br />

de frente.<br />

-¡Mueran, mueran! -gritó Quelus, siempre<br />

el más ardiente de los cinco.

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