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Todorov, T- Introduccion a la Literatura Fantastica - Catedu

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Tzvetan <strong>Todorov</strong> Introducción a <strong>la</strong> literatura fantástica<br />

Manuscrito encontrado en Zaragoza. Cuando Zibedea trata de seducir a Alfonso, este<br />

cree ver crecer dos cuernos sobre <strong>la</strong> frente de su hermosa prima. Thibaud de <strong>la</strong><br />

Jacquière cree poseer a Or<strong>la</strong>ndina y ser “el más feliz de los hombres” (pág. 172);<br />

pero en <strong>la</strong> cúspide del p<strong>la</strong>cer, Or<strong>la</strong>ndina se trasforma en Belzebuth. En otra de <strong>la</strong>s<br />

historias engarzadas en el re<strong>la</strong>to, aparece el símbolo trasparente de los bombones<br />

del diablo, bombones que suscitan el deseo sexual y que el diablo provee de buen<br />

grado al héroe. “Zorril<strong>la</strong> encontró mi bombonera y tomó dos pastil<strong>la</strong>s ofreciendo<br />

otras a su hermana. En seguida, lo que yo había creído ver adquirió realidad. Las<br />

dos hermanas se sintieron dominadas por un impulso interior y se entregaron a él<br />

sin saber lo que era. (...) La madre entró. (...) Sus miradas, al evitar <strong>la</strong>s mías, cayeron<br />

sobre <strong>la</strong> bombonera fatal. Tomó algunas pastil<strong>la</strong>s y me dejó. Pero fue para regresar<br />

en seguida, a acariciarme aún más, l<strong>la</strong>marme hijo mío y estrecharme en sus brazos.<br />

Al poco rato me dejó de nuevo, no sin pena y sin hacer un gran esfuerzo. La<br />

turbación de mis sentidos llegaba hasta el arrebato; sentía circu<strong>la</strong>r fuego por mis<br />

venas, apenas si podía ver los objetos a mi alrededor, y una nube cubría mi vista.<br />

Me dirigí hacia <strong>la</strong> terraza, pero al ver <strong>la</strong> puerta de <strong>la</strong>s jóvenes entreabierta no<br />

supe resistir a <strong>la</strong> tentación de entrar. El desorden de sus sentidos era aún mayor<br />

que el mío y casi me espantó. Quise arrancarme de sus brazos, pero inútil, no me<br />

sentía con fuerzas. Al poco rato entró <strong>la</strong> viuda, pero sus reproches expiaron en su<br />

boca y muy pronto ya no tuvo derecho alguno a hacérnoslos” (págs. 239-240). Pero<br />

una vez acabados los bombones, el arrebato de los sentidos no se interrumpe: el<br />

don del diablo es, en efecto, el despertar el deseo, que ya nada puede detener.<br />

El severo abad Serapión de La muerta enamorada va aún más lejos en esta<br />

ordenación temática: <strong>la</strong> cortesana C<strong>la</strong>rimunda, cuyo oficio es el p<strong>la</strong>cer, no es para él<br />

sino “Belzebuth en persona” (pág. 102). Al mismo tiempo, <strong>la</strong> persona del abad<br />

ejemplifica <strong>la</strong> otra forma de <strong>la</strong> oposición: es decir, Dios y, más aún, sus<br />

representantes sobre <strong>la</strong> tierra, los servidores de <strong>la</strong> religión. Esta es, por otra parte, <strong>la</strong><br />

definición que Romualdo da de su nuevo estado: “¡Ser sacerdote! es decir casto, no<br />

amar, no distinguir el sexo ni <strong>la</strong> edad…” (pág. 87). C<strong>la</strong>rimunda sabe cuál es su<br />

adversario directo: “¡Ah! ¡qué celosa estoy de Dios, que amaste y amas aún más que<br />

a mí!” (pág. 105).<br />

El monje ideal, tal como aparece en Ambrosio, al comienzo de <strong>la</strong> nove<strong>la</strong> de<br />

Lewis, es <strong>la</strong> encarnación de <strong>la</strong> asexualidad. “Por otra parte [dice otro personaje],<br />

observa tan estrictamente su voto de castidad que es absolutamente incapaz de<br />

advertir <strong>la</strong> diferencia que existe entre un hombre y una mujer” (pág. 29).<br />

Alvaro, el héroe de El diablo enamorado, es consciente de <strong>la</strong> misma oposición;<br />

cuando cree haber pecado por haberse puesto en comunicación con el diablo,<br />

decide renunciar a <strong>la</strong>s mujeres y hacerse monje: “Adoptemos el estado clerical. Sexo<br />

encantador, es necesario que renuncie a vos...” (págs. 276-277). Afirmar <strong>la</strong><br />

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