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14 La orden fue facultada para llevar a cabo una labor educativa, pues se indicó que el colegio anexo al convento estaría destinado a la educación y crianza de niñas con “especial calidad y virtud”. Vivirían en un claustro separado de los aposentos de las religiosas; sólo admitirían un máximo de 30 alumnas, entre nueve y veinticinco años. La monja encargada de la educación procuraría el uso de un uniforme compuesto de enaguas de capichola azul, rebozo del mismo color y ningún adorno en la cabeza. Las actividades de las colegialas comenzarían con la asistencia a misa desde uno de los coros, desayunaban, asistían a una sala a leer, escribir o coser. En sus lecciones debían aprender las oraciones y la doctrina cristiana. El número reducido de religiosas, al momento de la fundación, obligó al obispo a asignarles diferentes oficios al mismo tiempo: María Antonia del Santísimo Sacramento fue designada vicaria-abadesa, María Ana del Santísimo Sacramento fue vicaria de casa, Gertrudis de San Rafael fue electa primera definidora y maestra de novicias y a Felipa de San Antonio le asignaron los cargos de segunda sacristana y escucha de la reja de San Juan Nepomuceno. El presbítero Luis Felipe Neri de Alfaro fue nombrado capellán mayor y director espiritual del convento. La abadesa Sor María Antonia marcó un estricto horario para sus religiosas; quería reformar la vida que llevaban al interior del convento basada en la restauración de las formas prístinas del cristianismo. Es decir, era una “reformista” hacia la vida comunitaria. Según su horario, las monjas debían levantarse a las 4:00 para sus devociones y oficio (media hora de oración, prima y cuarto de oración); a las 7:00 misa cantada; 8:00 hora canónica; 9:30 sala de labor; 10:00 par de vísperas, salve cantada, el rosario de cinco misterios, cuarto de examen y rezo de 33 credos; 11:30 refectorio y descanso; 14:00 rezo de oficio mayor y menor; de 14:30 a 18:00 maitines de los dos oficios; 18:00 asistencia a los oficios; 19:00 orar un cuarto, un cuarto de examen, tres actos de constricción, acción de gracias y a las 20:15 refectorio. Al poco tiempo de la fundación, unas monjas, encabezadas por Sor Felipa de San Antonio, se quejaron de este horario con los clérigos y seculares que las visitaban a diario. El grupo de “rebeldes” pidió a Francisco José Landeta, mayordomo del convento, les diera una distribución más flexible. Este personaje hizo una distribución al gusto de las quejosas, pasando por encima de la autoridad de la vicaria-abadesa. La reacción de Sor María Antonia del Santísimo Sacramento fue manifestar su deseo de regresar a Regina Coeli, porque indicaba que había visto que los seglares gobernaran a las religiosas. La intervención del capellán evitó la salida de la religiosa, al ordenarle tener paciencia y que redujera algunos oficios. Esta división de modelos de vida entre las religiosas nos lleva a explicar cómo se construyeron ambos imaginarios y sobre todo de qué forma convivieron las religiosas que llamaremos “reformistas” y “rebeldes”. 30 31
¿Vida comunitaria o vida privada? La tradición de la vida “calzada” o privada en los conventos concepcionistas era defendida por Sor Felipa de San Antonio y sus seguidoras. Las reformistas que luchaban por una vida comunitaria se agruparon alrededor de la vicaria-abadesa Sor María Antonia del Santísimo Sacramento. La situación parecía bajo control con algunos cambios en la rutina de las monjas. Sin embargo, pocos años después el enfrentamiento fue tomando matices más radicales por la presencia de agentes externos al conflicto. Veamos los hechos: Desde su llegada al convento Sor Felipa se quejó de un raro trastorno físico que provocaba constantes convulsiones. Su confesor, el presbítero Luis Felipe Neri de Alfaro, se negó a asistirla durante sus ataques. En agosto de 1761, Sor Felipa quedó bajo la confesión del bachiller Pedro Rubí, iniciando con él una relación muy estrecha. El sacerdote entraba todos los días, mañana y tarde, a pesar de la oposición de la vicaria-abadesa. Una religiosa señalaba que esta conducta resultaba escandalosa, pues ambos platicaban por horas. Al mismo tiempo de su cercanía con su confesor, Sor Felipa empezó a instigar a sus seguidoras a rebelarse contra María Ana del Santísimo Sacramento, nueva vicaria-abadesa del convento. Argumentaba que si ella fuera la prelada permitiría celdas separadas y la entrada de mozas. Junto con esto, el bachiller Rubí se convirtió en el confesor de varias religiosas a las que les dictaba sermones indicando que las preladas en los monasterios eran como las amas de llaves de las casas particulares, y no eran autoridad, pues carecían de jurisdicción espiritual sobre la comunidad. Las monjas, bajo la guía de Rubí, se pronunciaban por un cambio de vida al interior del convento, pues pretendían seguir “la costumbre” de las concepcionistas calzadas, es decir, con reglas más mundanas. Una de estas monjas, Sor María Cayetana Josefa de las Llagas indicaba que las estrictas normas impuestas por la prelada se debían a que: la mayor parte de las reverendas madres fundadoras, ya muy al fin de sus años y contando bastante edad (...) se les ofreció la buena ocasión de venirse a reformar (...) viniéndose ya con la muerte muy cercana, le dieron tal agarrada al Santo Cristo, que nos han hecho a todas las que hemos profesado en este convento pedir misericordia a grandes voces. Esta monja también señalaba que el rigor de esta vida la había orillado al intento de suicidio. La religiosa María Cayetana, huérfana expuesta a las puertas de María Francisca de la Canal —Marquesa del Valle de la Colina y hermana de la fundadora—, había ingresado sin sentir el llamado de la vocación. Su benefactora había dado una dote de 5,000 pesos para su ingreso al convento, indicio de su situación privilegiada. Sin embargo, al poco tiempo de su ingreso, el 29 de marzo de 1761, esta religiosa trató de colgarse de un árbol después de un regaño de Sor María Ana del Santísimo Sacramento. La justificación a su acto fue que no soportaba el rigor de sus “diarias tareas” y que lo ordenado por su prelada era superior a sus fuerzas porque me parece que es imposible el que en conjunto de espíritus sea igual o una misma fortaleza, porque si así fuera, dichosos los que fueron compañeros de nuestro padre San Francisco [pues] todos serían santos; dichosas las monjas que trataron a Santa Teresa de Jesús que todas serían doctoras de la Iglesia, pero desde luego que pues no fue así, no a todas las lleva Dios por un camino. Ante la noticia de las religiosas “rebeldes”, Pedro Anselmo Sánchez de Tagle, obispo de Michoacán, ordenó una investigación sobre la vida de las concepcionistas de San Miguel. La respuesta de Juan Manuel de Villegas, responsable de la inspección, fue que si bien existía un desorden dentro del claustro era resultado de “disgustillos caseros, anexos al sexo”. Como solución al conflicto, propuso remover al bachiller Rubí al curato de Pozos y a la vicaria-abadesa sugirió moderar las cargas religiosas de la comunidad, quitando las misas cantadas por pura devoción, los rezos de novenas, los desagravios y otros actos no obligatorios. A Juan Manuel de Villegas pidió ganar “los corazones de las religiosas díscolas para imprimir en ellos las obligaciones de su estado y por consiguiente que viv[ier]an arregladas”. Sánchez de Tagle, como una medida extrema, ordenó que, si los esfuerzos de Villegas eran infructuosos, el prebendado de la catedral de Valladolid debería exhortar a Sor Felipa y sus seguidoras al arrepentimiento de sus delitos públicamente (en el refectorio). De lo contrario indicaba que las que se han constituido como cabeza de bando es preciso darle alguna corrección, comenzando por la más suave, que en las circunstancias ocurriere a vuestra merced y si no fuere suficiente pasar a aquellas penitencias que según el estilo de ellas o de su regla fueren proporcionadas; como el que entren en el refectorio con una mordaza en la boca, que se les quite el velo por tres días, o que por ellos o lo más que fueren necesarios sea rea reclusa en la pieza que sirviere de cárcel sin hábito. Penas que le corresponden por haber sembrado discordia, estas penas se impondrán sucesivamente cuando y como conviniere [a las] más obstinadas o solamente a la que es la caudilla del bando de las inobedientes. El 28 de octubre de 1761 la vicaria-abadesa escribió al Obispo quejándose de que el párroco Villegas sólo había ordenado a las inobedientes abrazar a las otras religiosas como signo de arrepentimiento. Pero, pese al exhorto del Obispo, el bando de las “rebeldes” no había modificado sus actitudes de rechazo a la vida comunitaria. Sor Felipa seguía reuniéndose en su celda con sus seguidoras para criticar a la prelada. En los pasillos este grupo de monjas maltrataba de palabra y obra a las donadas para obligarlas a huir. Además habían logrado enviar cartas al exterior, empleando los servicios del médico del convento. Los enfrentamientos entre grupos contrarios continuaron incrementándose y ya era noticia pública en la villa de San Miguel. El obispo Sánchez de Tagle ordenó el traslado de las religiosas a las nuevas instalaciones del convento, pese a su estado inconcluso. Consideró prudente que los nuevos espacios distenderían el ánimo exaltado de las mujeres. El 28 de diciembre de 1765 las concepcionistas se trasladaron a su nuevo convento. La comunidad estaba formada por 21 monjas, seis legas y varias novicias. 32 33
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