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A nivel mundial la mujer se encuentra bastante lejos de tener condiciones de
igualdad en la participación política con el hombre, sin embargo, hoy en día,
existe una conciencia mayor acerca de los problemas correlacionados con su
exclusión y discriminación (Peschard, 2002).
Es de gran importancia, como dice Heras Árias (2006), promover el reconocimiento
de una perspectiva de género femenino en la estructuración de los
procesos de trabajo en los distintos ámbitos de la producción, pero especialmente
en las esferas de poder y de decisión, para lograr cambios estructurales
que contribuyan a la disminución de la iniquidad de género.
Además, bajo una estrategia de democracia de género, hay que enfatizar la
necesidad de convocar no sólo a las mujeres, sino al conjunto de la sociedad,
para continuar avanzando hacia una equidad sin desigualdades. Democracia
que antepone la ruptura con la vieja tesis, donde el objetivo principal era la
superación del déficit político-económico de las mujeres en comparación con
los hombres. Un espacio donde democracia de género signifique:
Crear las condiciones para que el propio avance hacia la equidad de género
sea también cada vez más una corresponsabilidad. En términos políticos,
esto significa que los avances de las mujeres y su conciencia en términos de
género tienen que darse, a partir de ahora, al mismo tiempo que se persigue
la inclusión progresiva de los hombres en el avance hacia un nuevo trato
más equitativo entre los géneros y en la mejora de su grado de conciencia
sobre la propia identidad de género —masculina— y los cambios que esta
identidad necesita. Ello no significa la necesidad de esperar a que se dé un
paralelismo perfecto semejante [en las actividades políticas, económicas y
sociales] y un nivel de conciencia en mujeres y en hombres. Significa que las
acciones y las políticas para la equidad de género dejen de dirigirse sólo a
mujeres para enfocarse también en los hombres y, sobre todo, a las relaciones
entre los géneros (Meentzen, 2003).
La estrategia de la democracia de género consiste en trabajar en la búsqueda
de la transformación y dinámica de las organizaciones, actuando a nivel estructural
y convocando a hombres y a mujeres, sin perder la perspectiva de la
equidad de género. Por tanto, ya no se trata de fortalecer grupos femeninos al
interior de las organizaciones mixtas para arrancar reivindicaciones de género
—generalmente frente a los varones—, sino de fortalecer su posición para
incluir a mujeres y a hombres en la tarea común de establecer una política de
género, tolerante e incluyente en la organización de las relaciones sociales, en
general, y organizaciones dinámicas de participación, en particular.
Así se tendrá que seguir avanzando, como dicen Meentzen y Gomáriz
(2002), en:
a) Derechos políticos y garantías constitucionales: igualdad de género
ante la ley, derecho a votar y ser votada en cargos de elección
popular, cuotas de representación de género y, obviamente, garantías
constitucionales.
b) Legislación para la eliminación de la discriminación de la mujer: la
existencia de normas sobre la igualdad de los géneros —nacionales
e internacionales—.
c) Participación en partidos políticos: proporción de mujeres en las
direcciones de los partidos políticos.
La pregunta obligada es: ¿La equidad de género en los cargos del ejercicio
del poder y de toma de decisiones garantiza la desaparición de iniquidades
hacia las mujeres? Podemos afirmar que la simple presencia de la
mujer en el poder no se traducirá automáticamente en mayores apoyos
y mayor representación hacia su género. En otras palabras, el hecho de
mayor número de mujeres en el poder no implica que tengan una real
conciencia de su género ni un mayor compromiso con la transformación
de las estructuras económicas, sociales y políticas que coadyuven ya no
digamos a la desaparición de las iniquidades de género hacia la mujer, sino
al menos a su reducción.
Finalmente, el cambio observado en una mayor participación política de la
mujer es un fenómeno progresista que tendrá consecuencias importantes
en el futuro. De la misma manera que la clase en el poder ha perdido su
antigua reserva social entre el campesinado; en Estados Unidos, Japón y
Europa Occidental, las mujeres ya no constituyen esa reserva social como
ocurría en el pasado. La crisis del capitalismo, así como sus constantes
ataques a la mujer, y en menor medida hacia los hombres y a la familia,
radicalizarán aún más a amplias capas de mujeres y hombres y las llevarán
a adoptar una actitud analítica, crítica y propositiva, activando su lucha por
trasformar las estructuras de la sociedad capitalista, llamada hoy neoliberalista
(CMR, 2004).
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