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Limitaciones del concepto de violencia de género
Partiremos por conceptualizar los
términos violencia y agresividad,
analizando su naturaleza, a fin de
comprender la violencia contra las
mujeres, desde la perspectiva de las
estructuras sociales.
La violencia se ha pretendido justificar afirmando
que los seres humanos somos violentos por
naturaleza, que siempre han existido las guerras
y las disputas; por lo que se hace necesario distinguir
la agresividad de la violencia, pues ambas
tienen un origen y un destino distinto: la agresividad
es un instinto natural en los animales, es
una reacción defensiva de la que hemos sido
dotados por la naturaleza, surge de manera
espontánea al inicio de la vida y es necesaria
para sobrevivir. Sin embargo, pierde cualquier
argumentación a su favor si carece de espontaneidad,
si hay tiempo para reflexionar y aún así
se daña al agraviante (Guerra, 2008).
En cambio, la violencia es provocada socialmente
por las relaciones de dominación y subordinación
entre los seres humanos. Es considerada
como una construcción social, un atentado contra
la naturaleza del hombre, no como un fenómeno
natural, y es posible actuar para eliminarla
de nuestras relaciones personales y sociales.
La principal característica de la violencia es el
abuso del poder mediante el empleo de la fuerza
física, psicológica o económica, con la finalidad
del sometimiento, particularmente contra
individuos o grupos en los que se puede aplicar
una superioridad innecesaria, niños, jóvenes,
personas mayores o mujeres.
La violencia sólo se manifiesta cuando existe un
desequilibrio de poder, definido culturalmente
o por contexto o producido por maniobras
interpersonales de control de la población
(Acosta, 2007).
Sin pretender negar la importancia de otras
formas de violencia, en este trabajo nos centraremos
únicamente en el análisis de la de género,
aquélla que tiene como víctima a una mujer;
a pesar de que la violencia no es exclusivamente
un problema del sexo femenino, las mujeres
son quienes más la padecen.
La Declaración 48/104 de la Asamblea General
de las Naciones Unidas sobre la Eliminación de
la Violencia contra la Mujer, 1 en su artículo 1º, define
a la violencia contra la mujer “como todo
acto de violencia basado en la diferencia de género
que tenga o pueda tener como resultado
un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico
para la mujer, inclusive las amenazas de tales
actos, la coacción o la privación arbitraria de la
libertad, tanto si se produce en la vida pública
como privada”.
El ejercicio de la violencia que refleja la asimetría
existente en las relaciones de poder entre
varones y mujeres, y que perpetúa la subordinación
y desvalorización de lo femenino frente
a lo masculino, se manifiesta en la estructura
social de dominación y subordinación más antigua
que se conoce, el patriarcado; aún hoy en
día, esta ideología prevalece en la mayoría de
las poblaciones, siendo un sistema primordial
de dominio y de desigualdad, y el que menos se
percibe como tal (Cacigas, 2000: 307).
1
Adoptada el 20 de diciembre de 1993. Esta declaración reconoce
la urgente necesidad de hacer extensivos a las mujeres
los derechos y principios relativos a la igualdad, seguridad,
libertad, integridad y dignidad de todos los seres humanos.
En el patriarcado, la autoridad es ejercida por los varones;
la organización política, económica, religiosa y
social recae sobre ellos; en consecuencia, el espacio
de desarrollo de las mujeres se reduce al ámbito del
hogar, con la obligación de procrear y satisfacer las
necesidades del hombre; de no cumplir con este rol,
deberán someterse al juicio de la sociedad y al castigo
correspondiente, lo cual explica que en situaciones
de violencia en contra de las mujeres éstas se
sientan culpables y los agresores ni siquiera adviertan
la comisión de alguna falta injusta e iniquitativa
(Castellón, 2007: 17).
El patriarcado está compuesto de usos, costumbres,
tradiciones, ideas, prejuicios, normas familiares y hábitos
sociales, cuya enseñanza-aprendizaje se transmite
de generación en generación. Ha surgido de una
toma de poder histórico por parte de los hombres,
quienes se apropiaron de la sexualidad y reproducción
de las mujeres y de su producto, los hijos e hijas,
creando al mismo tiempo un orden simbólico a través
de los mitos y la religión que lo eternizarían como
única organización posible (Reguant, 2007).
La estructura patriarcal se ha presentado con diferentes
formas, tiempos y lugares. En la actualidad
existen distintos grados de opresión patriarcal según
la evolución y el desarrollo de cada sociedad. El patriarcado
define los roles y las relaciones en función
del género y por mecanismos ideológicos los hace
parecer como naturales y universales, es decir, como
propios de la naturaleza de los hombres y las mujeres
(Fernández, 2006: 38).
Las diferencias biológicas, en especial la maternidad,
fueron el pretexto para la división del trabajo, se dedujo
que la mujer era quien debía salvaguardar a los
hijos y cuidar el hogar, por lo que se le asignó un rol
maternal y doméstico, mientras que el hombre fue
creando mayores relaciones sociales, políticas, culturales
y de trabajo, situándose en un rol público y generando
los primeros estereotipos que condicionan,
limitan o estimulan la conducta en función del género
(Castellón, 2007).
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