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[14] quiere decir que todo el ser de Jesús, en los días de su vida terrena, era la revelación<br />
del Padre, la más perfecta epifanía de Dios: “El que me ha visto, ha visto al Padre” (14,9);<br />
“Yo soy el camino, la verdad y la vida” (14,6). Pero la gloria divina de Jesús permanecía<br />
oculta tras la debilidad de su figura humana, y por eso muchos no aceptaron su palabra y se<br />
negaron a creer que él era el Enviado del Padre (cf. 5,38,40).<br />
O según las palabras de Pablo en Flp 2, 6-11: el que era de condición divina no se aferró<br />
celosamente a su igualdad con Dios, sino que se anonadó a sí mismo y asumió la condición de<br />
esclavo, convirtiéndose en un ser humano igual en todo a los demás (2, 6-7). También aquí la<br />
condición divina estaba oculta tras la humillación de Aquel que “se anonadó a sí mismo” y se<br />
humilló hasta aceptar la muerte, y muerte de cruz” (2, 8), de manera que sólo la fe podía<br />
reconocerla. Y este misterio de la encarnación se prolonga hoy en la palabra de la predicación,<br />
que es a un mismo tiempo “demostración del poder del Espíritu” y “mensaje de la cruz”. En<br />
ella se encierra una sabiduría divina y misteriosa; pero esa sabiduría no se expresa “en<br />
discursos sabios y persuasivos”, sino que se presenta “con temor y temblor”, para que la fe no<br />
se fundamente en la sabiduría humana, sino en el poder de Dios” (cf. 1 Cor 2, 1-5).<br />
La época del exilio<br />
Al término del período de los reyes, la deportación a Babilonia señaló el comienzo de una<br />
nueva etapa creativa: el Judaísmo. A veces se piensa que el exilio fue para Israel una etapa<br />
vacía. Los hechos demuestran, por el contrario, que fue uno de sus momentos más fecundos y<br />
creativos. La catástrofe que culminó en el destierro ayudó a clarificar retrospectívamente la<br />
historia vivida hasta entonces. Israel meditó sobre su pasado, lo juzgó con lucidez y severidad,<br />
y extrajo de esa dura experiencia una idea más clara de su misión como Pueblo de Dios. Las<br />
inquietantes preguntas suscitadas por aquellos terribles acontecimientos hicieron que muchos<br />
israelitas, unos en Babilonia y otros en Palestina, trataran de encontrar la respuesta a partir de<br />
una seria reflexión sobre lo que había acaecido. Si Yahvé había establecido una alianza con<br />
Israel (Ex 19) —una alianza que debía alcanzar, en definitiva, a todas las naciones de la tierra<br />
(cf. Gn 12, 1-4)— ¿por qué había permitido la destrucción de Jerusalén y la deportación de<br />
sus habitantes? ¿Era Israel más perverso que las naciones que lo habían humillado y llevado al<br />
exilio? El Señor había