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Sin título - Revista Biblica

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[8] labrador de la tribu de Benjamín, que encabezó una exitosa incursión militar en el<br />

territorio de la Transjordania, al término de la cual se hizo proclamar rey (1 Sam 11). Saúl<br />

puso las bases de un estado monárquico, pero no logró eliminar la amenaza exterior ni<br />

consolidar la unidad interior. Sus tropas llevaron a cabo algunos atrevidos golpes de mano,<br />

pero al fin terminó por imponerse la superioridad bélica de los filisteos. El monte Gelboé fue<br />

el trágico escenario de aquella derrota final, acaecida hacia el año 1010 a.C. Allí quedaron<br />

tendidos Saúl y tres de sus hijos (1 Sam 31,8).<br />

Una vez desaparecido Saúl, David tomó el relevo. Su enérgica acción logró afianzar la<br />

institución monárquica, pero tampoco llegó a consolidar plenamente el proceso de unificación.<br />

Con la muerte de Salomón, su heredero en el trono, hicieron crisis las antiguas rivalidades<br />

entre el norte y el sur, y el “cisma” puso fin al período de la “monarquía unida” (cf. 1 Re 12).<br />

A partir de entonces, los reinos de Israel y de Judá siguieron cada uno su propio destino, hasta<br />

que la expansión imperialista, primero de Asiria y luego de Babilonia, acabó sucesivamente<br />

con los dos reinos.<br />

Los profetas<br />

A lo largo de casi todo el período de los reyes se entabló una larga lucha para decidir si el<br />

que debía ser adorado era Yahvé, el Dios del <strong>Sin</strong>aí, o Baal, la divinidad cananea de la<br />

fertilidad. Una de las etapas más duras en este enfrentamiento aparece reflejada en las<br />

tradiciones sobre la actividad del profeta Elías (1 Re 17-19). La narración del juicio de Dios<br />

sobre el Carmelo (1 Re 18) describe de manera típica la victoria de Yahvé, que hace bajar<br />

fuego del cielo para demostrar que él, y no Baal, es verdaderamente Dios. Por otra parte, los<br />

relatos sobre la sequía y la lluvia (1 Re 17,1; 18,1-2; 16, 41-46) transfieren de Baal a Yahvé el<br />

poder de bendecir y de dar la fertilidad al suelo. Otro testigo fundamental de esta lucha es el<br />

profeta Oseas. 5<br />

5<br />

El culto de Baal estuvo presente en Israel desde sus primeros contactos con el país de Canaán (Nm 25.1-5). Se<br />

siguió practicando durante el período de los jueces (cf. Jc 6, 25-32) y en tiempos del profeta Elías (1 Re 18.18), y<br />

sobrevivió a pesar de los esfuerzos de Jehú para eliminarlo del reino del Norte en forma sangrienta (2 Re<br />

10,18-27). La polémica de Oseas en el siglo VIII no deja dudas sobre el atractivo que aún ejercía sobre los israelitas<br />

el culto de Baal, y parece que esa misma situación se mantuvo hasta la caída de Samaria (cf. 2 Re 17,16).<br />

También en Judá hubo intentos de erradicar el baalismo violentamente (2 Re 11,18), pero este cobró un nuevo<br />

impulso en el siglo VII, durante el reinado de Manasés (2 Re 21.3). Los textos mitológicos del antiguo Oriente<br />

(especialmente los de Ugarit, que dan la descripción más precisa de ese dios) presentan a Baal como una divinidad<br />

ligada a los fenómenos meteorológicos: es el dios de las tormentas, que concede las lluvias y la fecundidad;<br />

el viento, los truenos, relámpagos y rayos, el rocío y la nieve son el lugar de sus teofanías. Esos mismos textos lo<br />

presentan también como un dios guerrero y describen sus relaciones amorosas con sus esposas, Atirat y particularmente<br />

Anat, identificada luego con Astarté. Siempre que el AT habla de Baal lo hace en tono despectivo o<br />

polémico, y por eso resulta difícil saber qué características asumió en Israel el culto de Baal. Resulta claro, sin<br />

embargo, que incluía altares y estelas, personal de culto como sacerdotes y profetas, ofrendas y banquetes sacrificiales,<br />

fiestas y tal vez procesiones (es probable que la expresión “ir detrás de los baales”, por los menos en<br />

algunos casos, deba ser interpretada en sentido estrictamente físico). El AT habla indistintamente de Baal y de<br />

los Baales, aludiendo a los diversos lugares donde se celebraba su culto y a las distintas formas que asumía, sin<br />

que esto obligue a poner en duda la unicidad del dios. Un testimonio de esta Identidad son los nombres de Baal<br />

Peor (Nm 23,3.5; Dt 4,3; Os 9,10; Sal 106,28), Baal Berit (Jc 8,33; 9,4) y Baal Zebub (2 Re 1,2.6.16); estos tres<br />

nombres se refieren sin duda al mismo dios Baal, venerado, respectivamente, en la Transjordania, en Siquem y<br />

en Eqrón (la ciudad filistea).

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