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Sin título - Revista Biblica

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[32] procede de él y todo depende de él: tanto los grandes fenómenos del universo como<br />

los aparentemente más insignificantes. Él crea sin cesar y renueva constantemente la faz de la<br />

tierra, suscitando, retirando y volviendo a dar el aliento vital; él hizo la luna para medir el<br />

tiempo y el sol para separar el día de la noche: encauza las aguas que traen vida y fecundidad<br />

a la tierra, y reparte los alimentos necesarios para el sustento diario. De ahí la gozosa<br />

exclamación del salmista:<br />

¡Qué variadas son tus obras, Señor!<br />

¡Todo lo hiciste con sabiduría,<br />

la tierra está llena de tus criaturas!<br />

(Sal 104, 24). 23<br />

Pero este no es el único modo de actuar de Dios, sino que la fe es capaz de discernir, en la<br />

trama compacta de la historia, una serie de acontecimientos que proceden de una especial<br />

acción de Dios. Tales acontecimientos están engarzados en la historia general y sometidos<br />

23<br />

El lirismo contagioso del Salmo 104 no debe inducir a error sobre el carácter de esta revelación cósmica.<br />

Es verdad que Dios "nunca dejó de dar testimonio de sí mismo, prodigando sus beneficios, enviando desde<br />

el cielo lluvias y estaciones fecundas, y llenando de alegría los corazones” (Hch 14.17). Dios “no está lejos de<br />

nosotros”, "en él vivimos, nos movemos y existimos”, y por eso la razón humana, aunque sea "a tientas”, es<br />

capaz de encontrarlo (Hch 17.27-28). Pero no es menos cierto que en el universo hay también muchas cosas que<br />

dan la sensación de falta de providencia y aun de “caos”. Es lo que sucede, por ejemplo, cuando ciertos fenómenos<br />

naturales (como los terremotos, las inundaciones o las erupciones volcánicas) se vuelven catastróficos.<br />

Entonces se percibe con angustia, y hasta con desesperación, cómo la naturaleza sigue su curso impasible, sin<br />

preocuparse para nada de nuestra felicidad o de nuestra desdicha. Y la situación se complica más todavía cuando<br />

se pasa de la naturaleza a la historia. La fe de Israel primero, y la fe de la Iglesia después, han sabido escuchar la<br />

voz de Dios a través de la voz humana de los profetas, de Jesús y de los apóstoles, y han sido capaces de discernir,<br />

bajo la acción del Espíritu Santo, la acción de Dios en la historia. Pero seria en extremo ingenuo pensar<br />

atribuir ese carácter de revelación a la historia en general. De ahí que sea imposible leer en la historia universal,<br />

como en un libro abierto, los secretos designios de Dios. Porque en la historia no se encuentra solamente la<br />

voluntad de Dios. La historia es un drama, la arena de un conflicto entre la voluntad de Dios y las fuerzas que se<br />

oponen a ella. El cristiano sabe que la historia está en las manos de Dios. Pero sabe también que es un libro lleno<br />

de enigmas y sellado con un sello que no siempre nos es dado abrir. Por eso el Concilio Vaticano 11, retomando<br />

la enseñanza del Vaticano I, afirma que la razón humana puede conocer con certeza a Dios a partir de las cosas<br />

creadas. Pero en la presente condición del género humano, no todos están en condiciones de llegar al conocimiento<br />

del verdadero Dios “fácilmente. con sólida certeza y sin mezcla de error”. De ahí la conveniencia, e<br />

incluso la necesidad, de la revelación positiva (Dei Verbum I, 6).

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