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[18] convierta de su mala conducta y viva (18, 27-28). De ahí el apremiante llamado a la<br />
conversión: “Conviértanse y apártense de sus rebeldías, de manera que nada los haga caer en<br />
el pecado. Arrojen lejos de ustedes todas las rebeldías que han cometido contra mí y háganse<br />
un corazón nuevo y un espíritu nuevo. ¿Por qué quieres morir, casa de Israel? Yo no quiero la<br />
muerte de nadie —oráculo de Yahvé—. Conviértanse y vivirán” (18, 30-32).<br />
Una vez que el Señor ejecutó su sentencia (33, 21-22), se inauguró una nueva etapa en la<br />
predicación de Ezequiel. Aunque muchos pensaban que todo estaba terminado y que ya no<br />
quedaba para Israel ninguna esperanza de supervivencia, el Señor decidió otorgar a su pueblo<br />
un nuevo comienzo. El profeta recapitula una vez más la historia pasada y hace ver cómo<br />
Israel, a causa de su impureza, fue dispersado entre las naciones. Pero esta dispersión tuvo<br />
también una consecuencia negativa, que afectaba el honor de Dios: al ver a los israelitas<br />
dispersos, muchos afirmaban despectivamente que el Dios de Israel había sido impotente para<br />
defender a su pueblo y retenerlo en el país que le había dado como herencia (36, 20), y así el<br />
nombre de Yahvé era profanado entre las naciones. Por eso él siente compasión de su santo<br />
nombre y decide reunir de nuevo a Israel, para hacerlo volver del exilio y restablecerlo en su<br />
antiguo suelo, a la vista de todas las naciones. <strong>Sin</strong> embargo, Ezequiel insiste en dejar bien<br />
claro el verdadero motivo de esta acción divina: “No lo hago por consideración a ustedes, casa<br />
de Israel, sino por el honor de mi santo nombre, que ustedes han profanado entre las naciones<br />
adonde han ido. Yo santificaré mi gran nombre, profanado entre las naciones, profanado por<br />
ustedes. Y las naciones sabrán que yo soy Yahvé, cuando les muestre mi santidad por medio<br />
de ustedes” (36, 22-23).<br />
Esta promesa de salvación encuentra su expresión más impresionante en la visión de 37,<br />
1-14, cuyos elementos figurativos proceden de las palabras que pronunciaban los exiliados:<br />
“Se han secado nuestros huesos y se ha desvanecido nuestra esperanza. ¡Estamos perdidos!”<br />
(37, 11). En este desesperanzado contexto, el profeta anuncia la restauración de Israel: muchos<br />
creen que el pueblo de Dios ha quedado reducido a un montón de huesos resecos: pero el<br />
Señor lo hará volver de nuevo a la vida bajo el soplo del espíritu. La nueva vida prometida a<br />
Israel es una nueva creación, en la que Yahvé, como