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[16] deuteronómica La destrucción de Jerusalén y el destierro habían sido para Israel un<br />
golpe tremendo, con múltiples repercusiones de carácter político, social, económico y, sobre<br />
todo, religioso. De un modo especial, planteaban de manera dramática la pregunta sobre la<br />
existencia y el destino de Israel como pueblo de Dios. Para contrarrestar la decepción y el<br />
derrotismo que amenazaban al pueblo (cf. Jer 31,29; Ez 12,21-22; 18,2; 37,11; Is 40,27), era<br />
necesario encontrar una respuesta a tan graves interrogantes, y eso es lo que trata de hacer la<br />
historia deuteronomista. La respuesta, en términos generales, es bastante clara: Israel no puede<br />
acusar al Señor de injusticia y de infidelidad a sus promesas, porque toda su historia pasada,<br />
desde la entrada en la tierra hasta la deportación a Babilonia, había sido una historia de<br />
constante claudicación ante Dios. Los profetas, en nombre del Señor, habían dirigido<br />
continuas advertencias al pueblo y a sus reyes, llamándolos a la conversión una y otra vez.<br />
Pero la predicación profética había caído en el vacío, y al final el Señor tuvo que castigar con<br />
extrema severidad las rebeldías de su pueblo. Por lo tanto, los verdaderos causantes de aquel<br />
desenlace fatal habían sido los pecados de los israelitas, con sus reyes a la cabeza, y no la<br />
arbitrariedad o la malicia de Dios. La historia deuteronomista tiene así un sentido concreto:<br />
demuestra la culpa de Israel y la justicia de Dios. Este mensaje coincide con lo expresado en<br />
el Salmo Miserere: “Será justa tu sentencia, y tu juicio irreprochable (Sal 51, 6).<br />
Otro aporte memorable de este período histórico fue la predicación de un gran profeta —<br />
Ezequiel—, maestro y guía espiritual de los Israelitas en el exilio.<br />
Ezequiel tuvo plena conciencia de haber sido llamado a ejercer la misión profética en un<br />
momento particularmente crítico. Situado en el límite de un mundo que se hundía y de otro<br />
que estaba a punto de nacer, tuvo que mirar al pasado para enfrentar el desafío presente y<br />
poner los cimientos del futuro. Por eso su predicación se divide en dos épocas, separadas por<br />
la caída de Jerusalén. En la primera etapa, el profeta muestra que ya se ha colmado la medida<br />
de los pecados y que el fin del reino de Judá es el castigo merecido por tantas infidelidades.<br />
En la segunda etapa su predicación cambia de tono y solo anuncia la salvación: ya nunca<br />
volverá a repetirse un castigo semejante.<br />
Ezequiel compara su misión profética con la del vigía o centinela (3,16-21; 33,1-9). Así<br />
como el centinela alerta a la ciudad cuando amenaza el peligro, así también el profeta debe<br />
advertir al malvado que un peligro de muerte se cierne sobre él. Ser escuchado o no es algo