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Sin título - Revista Biblica

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[24] diplomacia y con el desarrollo del comercio exterior. Sus enormes riquezas y sus<br />

magníficas construcciones —sobre todo la del templo de Jerusalén— sirvieron para acrecentar<br />

su fama. Pero la gloria de su reino llevaba en sí el germen de la ruina. Las obras emprendidas<br />

por el rey y el boato de su corte exigían contribuciones enormes en dinero y en mano de obra,<br />

que significaron para el pueblo “un yugo penoso” y una "dura servidumbre” (1 Re 12,4). Por<br />

eso, antes de reafirmar su lealtad a Roboam, el sucesor de Salomón, los ancianos de Israel le<br />

presentaron un informe de agravios y reclamaron de él un comportamiento menos despótico<br />

que el de su padre. Al escuchar esa demanda, Roboam se tomó un tiempo para deliberar, y en<br />

lugar de escuchar los justos reclamos del pueblo, procedió de una manera insensata. Entonces<br />

resonó una vez más el grito de rebeldía, y se produjo la separación definitiva de los reinos que<br />

antes habían estado unidos bajo el cetro de David y de Salomón:<br />

¿Qué parte tenemos nosotros con David?<br />

¡No tenemos herencia común can el hijo de Jesé!<br />

¡A tus carpas, Israel!<br />

¡Ahora ocúpate de tu casa, David!<br />

(1 Re 12,16)<br />

Con monótona insistencia, los libros de los Reyes hacen constar cómo los Israelitas, una<br />

vez consumado el cisma, nunca se mantuvieron realmente fieles a su Dios. De los reyes del<br />

Norte se repite siempre la fórmula estereotipada: “No se apartaron de los pecados con que<br />

Jeroboam, el hijo de Nebat, había hecho pecar a Israel”. Los reyes de Judá, en cambio, son<br />

juzgados a luz del “mandamiento principal” (Deut 6,4-9) y se los acusa de rendir culto en los<br />

“lugares altos”. A ello se añade ocasionalmente, también en la perspectiva del precepto<br />

deuteronómico, la acusación de erigir postes sagrados y estelas, y hasta de permitir la<br />

prostitución sagrada (1 Re 14,23-24). Esta denuncia es particularmente severa en el caso de<br />

Manasés: “Él edificó altares a todo el Ejército de los cielos en los atrios de la Casa de Yahvé;<br />

inmoló a su hijo en el fuego, practicó la astrología y la magia, e instituyó nigromantes y<br />

adivinos” (2 Re 21,5-6; cf. 23, 4-5).<br />

Pero los teólogos deuteronomistas no se contentan con dejar constancia de los pecados<br />

cometidos, sino que dan cuenta también del juicio que pronunció el Señor sobre los pecados<br />

de su pueblo. Este juicio se hizo evidente cuando se produjeron las dos grandes catástrofes<br />

que marcaron el ocaso, respectivamente, de los reinos de Israel y de Judá. El relato de la<br />

destrucción de Samaria está acompañado del siguiente comentario:

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