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[42] introduce en el centro mismo de la cuestión: la restauración moral de la comunidad<br />
presupone la renovación interior de cada uno de sus miembros. Cuando se produzca esta<br />
renovación —“en aquellos días”— ya no volverá a pronunciar el proverbio que atribuye el<br />
castigo de los hijos al pecado de los padres, porque el pecado, lo mismo que el nuevo<br />
principio de la vida moral, es ante todo una realidad interior, que brota de lo más íntimo del<br />
corazón, y la responsabilidad colectiva se hace entonces incompatible con la justicia de<br />
Yahvé.<br />
Ezequiel irá más lejos todavía: para él, la retribución es solo individual. Así lo muestra el<br />
célebre capítulo 18 del libro que lleva su nombre, donde se retoma el proverbio ya citado por<br />
Jeremías. Fundado en un concepto más afinado de la justicia divina, el profeta combate la<br />
doctrina tradicional de la retribución colectiva y hereditaria (Ex 20,5; 34, 7), ya corregida en<br />
Deut 24, 16 y 2 Re 23, 26-27, pero que aún se mantenía vigente. Nadie morirá por las faltas de<br />
sus padres, dice Ezequiel; el que peca recibirá el castigo correspondiente, y el pecador no se<br />
librará por la justicia de su padre. Pero la suerte de cada uno no quedará decidida de una vez<br />
para siempre: el justo, si llega a pecar, será sancionado como pecador; en cambio, el pecador<br />
que se convierta salvará su vida. Este es el camino del Señor, aunque el profeta hace notar<br />
expresamente que Yahvé prefiere la misericordia a la justicia: “Porque yo no deseo la muerte<br />
del que muere —oráculo de Yahvé—. Conviértanse entonces, y vivirán” (Ez 18, 32).<br />
Esta tendencia se amplía y profundiza en algunos Salmos y en la literatura sapiencial. En<br />
el Salmo 51, 12-13, Dios, que es el creador de la vida física, es invocado como creador de la<br />
justicia moral:<br />
Crea en mí, Dios mío, un corazón puro<br />
y renueva la firmeza de mi espíritu;<br />
no me rechaces lejos de tu rostro<br />
ni retires de mí tu santo espíritu.<br />
El salmista se atreve a pedir en el presente lo que Ezequiel esperaba del futuro; y este acto<br />
por excelencia de Yahvé, que Ezequiel describía como una “purificación”, recibe aquí su<br />
verdadero nombre: es una “creación”, expresada con el mismo verbo que emplea el Génesis<br />
para hablar de la creación del mundo (bara’). 32<br />
32 En forma actual, el salmo 51 procede de la primera época postexílica, cuando ya muchos deportados habían<br />
vuelto de Babilonia, pero los muros de Jerusalén aún no habían sido reconstruidos (cf. al final del Salmo la<br />
súplica por la restauración de las murallas, v. 20). No es fácil determinar, en cambio, si una redacción anterior del<br />
Miserere (y tal vez de algunas oraciones semejantes, que no han llegado hasta nosotros) sirvió de inspiración a<br />
las promesas proféticas, o si, por el contrario, el salmo se apoya en la promesa de una "nueva alianza” que ya<br />
existía en Israel y era bien conocida. De cualquier manera, una vez que el salmo y las promesas proféticas fueron<br />
introducidos en el Canon, el Miserere se rezaba a la luz de aquellas promesas, que tantas afinidades mostraban<br />
con él. Cf. N. Lohfink. La alianza nunca derogada. Reflexiones para el diálogo entre judíos y cristianos, Herder,<br />
Barcelona, 1992, págs. 80-81.