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En definitiva, como surge de muchas de estas interpretaciones, el menemismo y los
adjetivos a él asociados han tenido como telón de fondo el agotamiento de una relación
particular entre Estado y sociedad definida por algunos como matriz político- económica
Estado-centríca (Cavarozzi, 1996), o como modelo nacional-popular por otros (de Ipola y
Portantiero, 1989; Martuccelli y Svampa, 1997). Pero curiosamente ese terreno surcado por
rupturas y continuidades que representó la década del noventa, será también el terreno en el
cual las posiciones de viejos actores sean resignificadas a la par del surgimiento de
elementos inéditos que son la manifestación de la presencia de nuevos patrones de
comportamiento social.
El (anti) menemismo como límite identitario
Aunque la construcción de la CTA se despliega fundamentalmente durante los años
noventa, se vuelve imprescindible rescatar la repercusión que tuvo en el devenir político
del sindicalismo peronista la llamada “Renovación” de los años ochenta.
La trama que subyace a la emergencia de la Renovación involucra tanto los
conflictos asociados a las disputas por el liderazgo del peronismo, así como la imperiosa
necesidad de reconstruir la posición que éste debía ocupar en el marco del inaugurado
orden democrático tras el revés electoral de 1983. Revés que, en la lectura de quienes
representaban la renovación, encontraba a uno de sus principales responsables en el
sindicalismo, a cuyos máximos dirigentes les cabría en adelante el título de “mariscales de
la derrota”.
En efecto, la renovación venía entonces a significar el impostergable pasaje hacia
una práctica política que en el futuro debía plasmarse en la consolidación del peronismo
como un auténtico partido político, enterrando definitivamente los resabios movimientistas
que en el imaginario político lo ataban a un pasado de desorden y de violencia. Pasado que,
a su vez, entraba irremediablemente en colisión con los aires democráticos que la gestión
Alfonsinista estaba dispuesta a hacer penetrar en cada rincón de la sociedad argentina y de
reconocimiento queda reducido a la dimensión nacional estatal, convirtiendo al justicialismo en partido del
orden y justificando el cambio de rumbo a partir de la apelación nacional en nombre de la unidad del cuerpo
político. Desaparece entonces uno de los rasgos distintivos del peronismo en tanto encarnación simultánea
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