VE-07 NOVIEMBRE 2014

por algo es la primera de la clase. Pero solo durante un año acariciará la
pizarra que comparte con su prima.
El hambre es una niña de diez años que le han dicho donde puede
encontrar un rebaño de ovejas sin cuidar. Camina montaña arriba
emocionada, pensando en la leche tibia que se va a tomar. Las ve
pastando tranquilas y echa a correr. Cuando tiene una ubre al alcance de
la mano, su boca saliva de expectación. La pureza inmaculada del deseo
hace que no vea el carnero que se acerca a ella y la embiste de costado.
Rueda por el terraplén dándose un golpe tremendo añadido al que ha
recibido. Sus ojos se nublan, las uñas negras del vacío le arañan la tripa y
llora, pero no llora por el golpe, llora por la leche que no ha bebido.
El hambre es una niña de once años, que se tiene que quedar al
cuidado de un primo pequeño, enfermizo, escuchimizado y lleno de
mocos. Los días que no sube al monte lava la ropa, limpia los suelos.
Mientras su tía recorre las calles buscando un empleo, que nunca
encuentra.
El hambre es una niña de doce años que no puede pedir unas
alpargatas nuevas, sabe que no se las darán, nunca ha estrenado un
vestido, está cansada de ser la criada de una tía, que no la trata mal pero
le falta cariño, y decide en su corta edad, ser interna en una casa de
ricos.
El hambre era una niña que se llamaba Soledad.
Marisol Santiso Soba (Madrid)
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