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L A S I T U A C I Ó N D E S E G U R I D A D E N A M É R I C A L AT I N A , C E N T R A L Y E L C A R I B E<br />
de un año. Además se aprobó que los ciudadanos norteamericanos, no nacidos<br />
en Estados Unidos, que incurrieran en delitos que los llevaran a prisión sean<br />
despojados de su nacionalidad y deportados a sus países de origen, una vez que<br />
cumplieran sus sentencias en prisión (Arana, 2005, p. 100). La lista de crímenes<br />
que ameritaban deportación se extendió hasta cubrir ofensas, como conducir<br />
ebrio o el robo de pequeños montos. Entre los años 2000 y 2004 alrededor de<br />
2000 jóvenes criminales fueron deportados a sus países de nacimiento o de<br />
nacimiento de sus padres (Arana, 2005, p. 100).<br />
Muchos de los deportados eran jóvenes que nacieron en Estados Unidos o<br />
llegaron muy pequeños. Muchos no dominaban el español y provenían de familias<br />
que escaparon de las guerras civiles de los años 80 en El Salvador y Nicaragua.<br />
Los pandilleros criminales que retornaron, pronto establecieron redes<br />
que replicaban a aquellas de las que provenían en Estados Unidos. Mientras iniciaban<br />
sus actividades ilegales, sin la oposición de autoridades que tuvieran experiencia<br />
en el tema, encontraron amplios sectores de la población joven en<br />
condiciones de precariedad y pocas posibilidades de acceso a empleo. Tenían<br />
así un amplio sector en el cual reclutar miembros.<br />
En poco tiempo, se introdujo la venta de «crack» en El Salvador y se organizaron<br />
otras redes de comercio ilegal. Las pandillas ampliaron su radio de acción<br />
de El Salvador y Nicaragua a países vecinos, como Honduras y Guatemala, estableciendo<br />
conexiones que pasaban las fronteras nacionales.<br />
Al ser El Salvador y Nicaragua escenarios donde se produjeron guerras civiles,<br />
la presencia de armas en estos países permitió el abastecimiento de las mismas<br />
a las pandillas, quienes, además, establecieron contactos con ex miembros<br />
de grupos armados que estuvieran implicados en negocios oscuros. La conformación<br />
de los grupos muestra que el miembro promedio tiene alrededor de 19<br />
años y los jefes de pandillas se encuentran entre los 30 y 40 años (Arana, 2005, p.<br />
101).<br />
El resultado de esta nefaria confluencia de eventos, lo conocemos por las publicaciones<br />
académicas al respecto, pero principalmente por los medios de comunicación<br />
que han cubierto el tema en los últimos años. Enfrentamientos sangrientos<br />
entre pandillas rivales por el control de territorio para venta de drogas,<br />
extorsiones a civiles, alianzas con los «coyotes» mejicanos para lograr que los<br />
inmigrantes atraviesen la frontera y muchos otros «emprendimientos violentos».<br />
Incluso las «maras» han ganado nueva atención, al existir el temor de que<br />
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