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Revista Planetas prohibidos - N°15

Revista de ciencia-ficción, fantasía y terror. «Este número de Planetas Prohibidos© Año 6, se terminó de editar el dia 30 de diciembre de 2017». CONSEJO DE DIRECCIÓN Jorge Vilches, Lino Moinelo, Guillermo de la Peña y Marta Martínez EDICIÓN Y CORRECCIÓN J. Javier Arnau William E. Fleming MAQUETACIÓN Y DISEÑO James Crawford Publishing.

Revista de ciencia-ficción, fantasía y terror.
«Este número de
Planetas Prohibidos© Año 6,
se terminó de editar
el dia 30 de diciembre de 2017».
CONSEJO DE DIRECCIÓN
Jorge Vilches, Lino Moinelo,
Guillermo de la Peña y Marta Martínez
EDICIÓN Y CORRECCIÓN
J. Javier Arnau
William E. Fleming
MAQUETACIÓN Y DISEÑO
James Crawford Publishing.

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de emociones había vivido Fausto, en la cual los únicos sentimientos constantes<br />

que había experimentado eran el miedo y la vergüenza, aparte de los pocos<br />

recuerdos que le quedaban de su madre, la única persona que le había dado<br />

cariño real en este mundo. A pesar de haber comenzado a usar heroína muy<br />

joven Fausto había conseguido estudiar lo suficiente para aprender un oficio,<br />

el de electricista, que le había servido de sustento para las necesidades básicas<br />

de la vida y también para proporcionarse las dos o tres papelinas de mil pesetas<br />

que se había estado inyectando diariamente durante los últimos dieciocho<br />

años. Fausto tenía en esos momentos treinta y tres años y su vida había tomado<br />

cuesta abajo definitivamente desde que su mujer e hija le habían abandonado<br />

hacía tres años. Rocío, a la que había conocido casi veinticinco años atrás en el<br />

pequeño pueblo de Castellón en el cual pasaba las vacaciones de verano con<br />

su madre, que había comprado un pequeño piso de dos habitaciones con la<br />

pequeña herencia que había recibido de sus padres. Fausto nunca había conocido<br />

a su padre y lo único que sabía de él era que había sido marinero y que<br />

había abandonado a su madre poco después de que él naciera. Fausto y Rocío<br />

se habían casado jóvenes y pronto había nacido su hija Rosario, a la que Fausto,<br />

a su manera, siempre había querido muchísimo pero a la que nunca había<br />

atendido debidamente como padre. Años de matrimonio rutinario, en los que<br />

el mayor logro habían sido un par de vacaciones en Benidorm, habían contribuido<br />

a que Fausto se convirtiera en un personaje celoso y retorcido, que<br />

no le permitía a su esposa salir de casa sola y ni tan siquiera tener sus propias<br />

amistades. Tenía miedo de que Rocío mirara a su alrededor y viera las cosas<br />

que la vida podía ofrecerle y también a los muchos hombres, atractivos, altos y<br />

mucho mejor formados que él y que esto le sirviera como excusa para un día<br />

abandonarle. La Biblia, que Fausto leía constantemente desde hacía unas semanas,<br />

nos dice en el libro de los Proverbios que «aquello que el hombre teme,<br />

así mismo le acontecerá» y esto era exactamente lo que le había ocurrido a<br />

Fausto, una tarde al regresar a casa después de haber salido de trabajar y haberse<br />

pasado a pillar dos talegos de heroína, uno para esa tarde y otro para nada mas<br />

levantarse por la mañana tal y como era su costumbre, había encontrado la casa<br />

vacía. Sin notas, sin excusas, sin discusiones ni escenas y sin ningún tipo de<br />

aviso previo, Rocío había partido junto a Rosario en busca de un futuro que,<br />

aunque no parecía muy prometedor, siempre sería más agradable y colorido<br />

que la existencia que había vivido junto a Fausto todos esos años. La poca estabilidad<br />

que había tenido en su vida había desaparecido de su existencia para<br />

siempre en un abrir y cerrar de ojos.<br />

Fausto se levantaba cada mañana a las cinco y media de Lunes a Viernes,<br />

desayunaba una taza de café negro con una tostada untada con mantequilla<br />

y espolvoreada con azúcar, de la misma manera que se las preparaba la abuela<br />

cuando era un crío, y utilizando la misma cucharilla se preparaba el primero<br />

de sus dos o tres chutes diarios. El ritual era siempre el mismo, doblaba la cu-

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