Revista Planetas prohibidos - N°15
Revista de ciencia-ficción, fantasía y terror. «Este número de Planetas Prohibidos© Año 6, se terminó de editar el dia 30 de diciembre de 2017». CONSEJO DE DIRECCIÓN Jorge Vilches, Lino Moinelo, Guillermo de la Peña y Marta Martínez EDICIÓN Y CORRECCIÓN J. Javier Arnau William E. Fleming MAQUETACIÓN Y DISEÑO James Crawford Publishing.
Revista de ciencia-ficción, fantasía y terror.
«Este número de
Planetas Prohibidos© Año 6,
se terminó de editar
el dia 30 de diciembre de 2017».
CONSEJO DE DIRECCIÓN
Jorge Vilches, Lino Moinelo,
Guillermo de la Peña y Marta Martínez
EDICIÓN Y CORRECCIÓN
J. Javier Arnau
William E. Fleming
MAQUETACIÓN Y DISEÑO
James Crawford Publishing.
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—Por supuesto —dije, aparentando no estar muy convencido—, eso ocurría<br />
todo el tiempo, sobre todo en los años setenta. Hoy en día suena tan…<br />
¡aburrido!<br />
—Puede ser. Luego de estar sentado aquí y charlar con usted, puede ser.<br />
Bien, el tiempo de llegada a la Luna es de dieciséis horas desde Cabo Cañaveral.<br />
La trayectoria era la correcta, aunque experimenté algunos mareos y dolor de<br />
cabeza luego de ver todo ese espacio encima de mí. La única referencia que yo<br />
tenía era la Luna que comenzaba a ganar presencia. No tuvimos contratiempos<br />
en el alunizaje cerca de Mare Imbrium, aunque tuvimos una discusión con el<br />
equipo norteamericano y los chinos con respecto a quién debía otorgársele el<br />
crédito de la llegada exitosa.<br />
—Las mismas envidias de siempre —comenté.<br />
—Así es. Ese maldito de Higgins. Capitán H. Seymour Higgins. Su ego<br />
era algo con lo que tenía que lidiar todo el tiempo. Él era el encargado de<br />
pilotear la nave, pero llevó al extremo los protocolos de seguridad. Su compatriota<br />
Fernández, la única mujer a bordo, se puso de parte de Higgins. Chiang,<br />
el astrólogo, no estaba muy contento con la situación que se vivía en la nave.<br />
Entre Chiang y yo le hicimos ver a esa chica que el simple hecho de ser su<br />
compatriota no le otorgaba derechos para tener la razón. Ella dudó por algunos<br />
momentos, lo sé, pero al final apoyó a Higgins.<br />
Golpeó la mesa con su puño. Eso hizo que el tazón de cacahuates bamboleara<br />
y el vaso con vodka escurriera. Todos mis clientes comenzaron a hablar<br />
entre ellos en voz baja, incluidos un par de androides mineros, cada uno con la<br />
atención fija en el astronauta. Éste agachó la cabeza y apretó los dientes. Murmuró<br />
algo en ruso y continuó:<br />
—Ese hijo de perra sabía algo que nosotros desconocíamos. Chiang me<br />
explicó que Higgins era un miembro importante de la NASA por lo que su<br />
presencia se limitaba a simple vigilancia.<br />
»Ese día durmieron Higgins y Chiang. Permanecimos despiertos la coronel<br />
Fernández y yo. Habíamos jugado varias partidas de ajedrez en el ordenador<br />
hasta que me fastidié luego de una serie de derrotas y me largué a un<br />
lugar donde no tuviera que ver a nadie de ellos, ni siquiera a Fernández. Aún<br />
quedaba tiempo antes de la salida del sol. Salté al exterior en el traje espacial<br />
para buscar minerales interesantes. Simple rutina. El suelo de lava gris crujía<br />
bajo mis botas, sembrado de cráteres hasta donde la vista alcanzaba.<br />
»No podía dejar de fascinarme por aquellas increíbles malformaciones,<br />
mucho más escabrosas de lo que yo podía imaginar. Era fácil recorrer distancias<br />
largas sin mucho esfuerzo debido a la poca gravedad. Las rocas ardían todavía<br />
bajo el sol, pero se trataba de una visión alucinada. Dejé que mi mirada<br />
recorriera las paredes de los cráteres que cubrían todo el horizonte. Desde mi<br />
posición no podía ver el otro extremo al oeste. Me parecieron kilómetros y<br />
kilómetros de un extremo al otro. No había forma de perderme los detalles