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No sabía desprenderse Henrique Myden de Eusebio ni de la casa de Hardyl, concibiendo<br />

de su dueño más alta idea y aprecio, mucho más al ver el estante de libros que mostraban no<br />

ser materiales de vulgar artesano. La casa también, aunque pequeña, y hasta los mismos<br />

muebles, inspiraban veneración y le avisaban las sospechas de que Hardyl era de carácter<br />

superior al que procuraba manifestar en el humilde oficio. Instando la <strong>com</strong>ida, Hardyl ofreció<br />

su mesa a Henrique Myden, el cual de buena gana hubiera admitido la oferta si no lo vedara el<br />

pensamiento de la espera impaciente en que estaría Susana, su mujer. Esto le hizo apresurar su<br />

ida, dejando a Eusebio sumergido en amargo llanto.<br />

Ido Henrique Myden, miss aderezó la mesa con limpios manteles y llamó a ella a su amo.<br />

Éste, viendo que Eusebio continuaba en sus sollozos, abrazólo cariñosamente y<br />

encaminándolo a la mesa, le decía: Vamos, hijo, a pagar esta deuda a la naturaleza mientras el<br />

cielo nos conserva la vida y cobramos con ella nuevas fuerzas para el trabajo, al cual nos<br />

condenó sabiamente la providencia. Eusebio estaba indispuesto con el apetito. Procuraba<br />

reconciliárselo la cuáquera con instancias cariñosas, sintiendo que hiciese aquel manifiesto<br />

agravio a los primeros esmeros de su atenta diligencia. Mas <strong>com</strong>o la falta de apetito no le<br />

nacía de obstinación, parecía que iba a condescender con los ruegos de miss, cuando, al<br />

tiempo de tomar la cuchara, viendo que no era de plata, le dio con la mano un empujón,<br />

diciendo que las de su casa eran de plata; y retirando el brazo a la cintura, con la cabeza baja<br />

<strong>com</strong>enzó a hacer pucheros de regañón.<br />

Echó de ver Hardyl la acción desmandada de Eusebio, pero conociendo que no era sazón<br />

de corregirlo, quiso condescender con su vanidadilla aunque sin dejarle llevar la suya sobre<br />

hito, diciéndole: Pues si sólo has de dejar de <strong>com</strong>er porque no es de plata la cuchara, mañana<br />

te haré traer la de casa de Myden, pero a condición que <strong>com</strong>as ahora con ésa. Tomándola<br />

entonces miss, se la mostraba diciéndole: Mirad qué limpia está, no parece sino que acaba de<br />

llegar de la tienda; probad a <strong>com</strong>er, hijo mío, dadme ese gusto. Cedió finalmente Eusebio,<br />

lisonjeado de la promesa de Hardyl, y poco a poco dejaba los melindres con que había<br />

<strong>com</strong>enzado.<br />

Acabada la <strong>com</strong>ida, para que no fomentase la tristeza en el ocio, llevóselo Hardyl a la<br />

tienda para continuar el trabajo del cesto <strong>com</strong>enzado. Y <strong>com</strong>o Eusebio conocía la forzosa<br />

necesidad en que se hallaba de a<strong>com</strong>odarse al querer de su maestro y a su enseñanza, plegó la<br />

frente a las circunstancias en que la suerte lo ponía. Por otra parte, el deseo de salir cuanto<br />

antes de aquel estado empeñaba su atención en el manejo de Hardyl, pareciéndole fácil a<br />

primera vista y esperando salir con el oficio a las primeras pruebas; pero en ellas conoce el<br />

hombre que nada consigue la industria y el talento sino a fuerza de sudor y paciencia.<br />

Conociendo Hardyl que Eusebio <strong>com</strong>enzaba a mostrar afición al trabajo, desistió de<br />

ocuparlo por las mañanas, <strong>com</strong>o había determinado, en las lecciones de la filosofía moral,<br />

hasta que no hubiese aprendido a <strong>com</strong>poner con soltura un cesto. Consiguió al cabo de<br />

algunos días, contribuyendo no poco para su adelantamiento las frecuentes visitas que<br />

Henrique Myden le hacía y los regalitos que de cuando en cuando condescendía Hardyl que le<br />

trajese, haciéndole éstos más llevadera la ausencia de su casa y empeñándolo más en aquel<br />

trabajo. Susana ansiaba volver a ver a Eusebio, y no podía recabar de Hardyl que lo dejase ir a<br />

casa hasta que no hubiese aprendido la obra que tenía entre manos, queriendo que la primera<br />

ida a casa de Myden fuese con el cesto que no había querido llevar desde su casa a la tienda.<br />

Temía por otra parte Susana ir ella misma a la tienda, desconfiando de su ternura; y así debió<br />

esperar la conclusión de la obra, de la cual le daba frecuentemente relación su mando. Gil<br />

Altano tenía expresa prohibición de llegarse a la tienda por instancia que Hardyl hizo a<br />

Henrique Myden sobre ello.

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