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lector de la gaceta. Y dejándola sobre la mesa, echa vino en el vaso, diciendo: ¡Pobres<br />

españoles!, me causan <strong>com</strong>pasión. ¡Eh! Bebamos a su salud. Y dicho esto, apura el vaso.<br />

Eusebio y Hardyl, que estaban a su lado, vuélvense hacia él, mirándolo con sorpresa,<br />

creyendo que lo decía por ellos. Pero viendo que volvía a tomar la gaceta con mucha<br />

gravedad, pensaron que recaía la carcajada sobre alguna noticia que había leído. De hecho, se<br />

acercó al lector uno de los presentes, diciéndole: ¿Qué es eso, sir Brisban?, ¿de qué os reís?<br />

Sir Brisban le llenó el vaso y le dice que beba. Luego le pregunta si había leído en el capítulo<br />

de Madrid el proyecto de poblar la Extremadura. Lo leí, le responde, ¿pero qué hay ahí que<br />

reír? Brisban vuelve a reír, diciendo: No harán nada, no harán nada.<br />

Eso lo creo yo también, dice otro entremetido. La nación española cayó en tal letargo que<br />

tendrá para siglos. No hay duda en ello, dice otro que había acudido a la risada de Brisban,<br />

parece que Felipe segundo dio a beber adormideras a los españoles. ¡Eh!, dejémoslos dormir,<br />

dice Brisban, no sea que se despierten. Por mí, duerman cuanto quieran, dice otro, pero es<br />

cosa que saca de tino que una nación imperiosa, que acababa de amedrentar a toda la Europa,<br />

haya caído en tal letargo y tan universal que todo se resiente de esa misma desidia: ciencias,<br />

artes, <strong>com</strong>ercio, náutica, agricultura, en fin, todo.<br />

Así proseguían hablando los del círculo de Brisban. Hardyl, oyendo aquel<br />

desencadenamiento, dice a Eusebio al oído: Callad y dejar decir, que aquí no vale razón.<br />

Íbanse allegando otros y para todos prestaba la materia. El literato decía la suya, sobre el<br />

abatimiento en que se hallaban las ciencias en España; el marino que había más bastimentos<br />

mercantiles en Plymouth, que en todos los puertos de aquella monarquía desde Creus hasta<br />

San Sebastián. Quiso también echar su cucharada un oficial, diciéndoles que no se cansasen,<br />

que no había ni soldados, ni generales, ni literatura, ni valor y que los frailes lo habían<br />

avasallado todo a la devoción y escapularios. Miente, voto a tal quien tal dice, se levanta<br />

diciendo uno de los que había allí en el café, y aquí estoy para mantenérselo. Páranse todos de<br />

repente fijando la vista, sorprendidos en el ademán, gesto y ojos ardientes del que a su acento<br />

y enojo manifestaba ser español. Brisban fue el primero que, vaciando la botella en el vaso, lo<br />

toma en las manos, se levanta y se lo presenta al enojado español, diciéndole muy serio:<br />

Perdonad, caballero, pero esto os sosegará un poco la sangre; y luego que estéis apaciguado,<br />

trataremos la cosa amigablemente, pues es gran daño alterarse por cosa que no lo merece.<br />

El español, creyéndose insultado de nuevo, da un revés al vaso que Brisban le presentaba<br />

y háceselo saltar de la mano. El oficial, ya del desmentido que le dio el español, toma la<br />

defensa del insulto hecho a Brisban, que pacíficamente volvió a sentarse, y dijo al español que<br />

era un soberbio, descortés y mal criado. Éste prorrumpe en ultrajes contra el oficial y el<br />

remate de la disputa fue salir desafiados a todo trance, saliéndose a este fin del café. Brisban<br />

exhortaba desde su asiento al oficial que bebiese antes una botella de vino de España, para<br />

tener propicio al genio de aquel país a quien había ofendido tan gravemente; pero el oficial,<br />

sin darle respuesta, sigue al español que lo precedía. Varios de los que se hallaron presentes<br />

quisieron ver el duelo; y Bridge instaba a Hardyl y a Eusebio para que fuesen también a verlo.<br />

Hardyl le responde que se iba a casa en derechura; pero Bridge no pudo resistir a la curiosidad<br />

y, cediendo a ella, les dijo: Bien pues, allá nos veremos; y siguió la <strong>com</strong>itiva.<br />

Vámonos a casa, Eusebio, dijo inmediatamente Hardyl, y dejemos a esos locos. Esta es la<br />

sexta o séptima vez que venimos a este café y cada vez hemos tenido nuevo motivo para<br />

conocer cuán insulsas y peligrosas son las reuniones en estos sitios. ¿No habéis notado la<br />

liviandad de los discursos de la gente? ¿El espíritu tonto de alteración que anima la mayor<br />

parte, juzgando cada cual según su capricho? ¿Los aires necios que se vienen a dar los ociosos<br />

y los que pretenden saber de todo?

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