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Cerró enteramente la noche cubriendo de sus tinieblas el mar y la tierra, robándome los<br />

montes de la vista y del corazón, el cual se entregó de nuevo a mayores angustias y temores,<br />

recelando engolfarme y perderme enteramente. La hambre y sed me aquejaban; recurrí a los<br />

santos del cielo para que me amparasen y así pasé el horror de aquella eterna noche en<br />

continuas plegarias, tropezando con ellas, pues apenas se me acordaban. Mas debió<br />

<strong>com</strong>padecerse el cielo de mí, pues al otro día, día para mí siempre feliz, me puso cerca de la<br />

playa y a la vista de estos mis piadosos libertadores que me sacaron de las olas.<br />

Acabó de decir Altano su relación, que Camder refirió en pocas palabras a Henrique y<br />

Susana Myden; pero <strong>com</strong>o no dijo nada de la calidad del niño y de sus padres, rogaron a<br />

Camder se informase sobre ello. Preguntado Altano, respondió que no lo sabía y que sólo lo<br />

conocía por el nombre que le daban en la embarcación de Eusebio. Deseaba saberlo Henrique<br />

Myden, para que en caso que sus padres hubiesen naufragado, pudiese escribir a España para<br />

avisar del hallazgo del niño a sus parientes, si los tenía; y para que a falta de otros hermanos<br />

pudiese asegurarle su hacienda. Y no pudiéndolo saber de Altano, escribió a Cádiz para<br />

certificarse de los de allá.<br />

Comenzaba el invierno a despojar la tierra de sus verdores, haciendo desapacible la<br />

estada en el campo, tiempo en que Henrique Myden solía restituirse a Filadelfia donde lo<br />

llamaban sus negocios. Llevó consigo a Eusebio y a Gil Altano, deseando retener a éste en su<br />

casa para que sirviese a Eusebio de criado y al mismo tiempo le conservase la lengua que era<br />

lástima perdiese. Pero llegando a la ciudad, temiendo forzar la libertad y abusar de la<br />

desgracia de un náufrago, quiso saber del mismo cuáles eran sus intentos, si de quedar en la<br />

Pensilvania y estar con el niño que había librado de las olas, o bien de volverse a su tierra,<br />

pues en este caso le costearía el viaje.<br />

¿A dónde iré, señor?, exclamó Gil Altano penetrado de la gratitud de su generosa oferta,<br />

¿a dónde iré que más valga? Aquí quiero quedar para dedicar mis fuerzas, sudores y vida en<br />

servicio de mi adorable libertador. Esta tierra tendré por patria mía, en donde me hizo renacer<br />

la fortuna. Serviré al niño, al más ínfimo de los criados de mi señor, si gustase y <strong>com</strong>o<br />

gustase, para corresponder de algún modo al sumo beneficio que tengo recibido.<br />

Condescendió entonces Henrique Myden con sus deseos, destinándole un crecido salario sin<br />

otra obligación que de servir y cultivar la lengua a Eusebio. Era grande el cariño que Henrique<br />

y Susana iban cobrando a éste por el dulce genio que manifestaba y por la pueril seriedad que<br />

ennoblecía su presencia, no menos que por la facilidad de su memoria en aprender la lengua<br />

inglesa por lo que oía, de modo que no se le echaba de ver el nativo acento al año que estaba<br />

en Filadelfia, manteniendo en inglés cualquier discurso que su alcance le permitía.<br />

Al cabo de algún tiempo, cuando menos lo esperaba, tuvo Henrique Myden respuesta y<br />

noticias circunstanciadas de la familia de Eusebio, con lo cual pudo enviar poderes y<br />

establecer apoderados en nombre del niño para recaudar las rentas de sus haciendas; y hecho<br />

esto, resolvió a instancias de Susana de prohijarlo y declararlo su heredero, <strong>com</strong>o lo hizo por<br />

su testamento. Pusieron desde entonces mayor cuidado en su educación, sufriéndola ya la<br />

edad y el conocimiento que tenía de la lengua inglesa. Determinaron acostumbrarlo a sus usos<br />

y al traje sencillo de cuáquero, pero no pudiendo dudar que Eusebio era católico, temieron<br />

violentar su voluntad y entendimiento si lo inducían a profesar su misma religión de<br />

cuáquero, vedándoselo la tolerancia. Y así, de <strong>com</strong>ún acuerdo, resolvieron dejarlo en su<br />

creencia, sin apartarlo de aquellos sentimientos que hubiese podido adquirir en su infancia.<br />

Hacíanlo también ejercitar en los actos exteriores de devoción, teniéndolo presente en todas<br />

las plegarias que hacían en casa.<br />

Diéronle maestro que le enseñase a leer y escribir en inglés y para que lo instruyese en la<br />

aritmética, no queriendo pasarlo por entonces a otras ciencias hasta que la naturaleza hubiese

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