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Libro segundo<br />

Al verme vosotros en este estado, tan roto y despreciable, tenéis motivo bastante para no<br />

creerme, aunque os asegure que soy hijo de uno de los más ricos mercaderes de Londres. No,<br />

hijo, dijo Hardyl, nada extraño en este mundo, ni vos seréis el tercero de aquellos que yo<br />

conozco, los cuales confiados en las riquezas de sus padres, creen tener en ellas asegurada su<br />

dicha, sirviéndoles sólo esta vana confianza para precipitarlos más presto en su ruina. Mas<br />

continuad, pues yo creo todo lo que no es imposible. Mi padre, prosiguió el mozo, procuró<br />

darme educación igual a la de los principales señores del reino, pero mi genio altivo y vano no<br />

sufría enseñanza; y mucho menos las correcciones de mis maestros, los cuales, aunque dieron<br />

por ello quejas a mi padre, éste con todo lisonjeado de los muchos caudales en que me dejaba<br />

heredado, no quiso que sufriese violenta educación, antes bien atendió más a mi llanto y<br />

obstinación, que a las quejas de mis maestros, los cuales me desampararon.<br />

Quedé dueño de mi libertad, tanto deseada de mi genio, para desahogar en ella los<br />

incentivos de mis pasiones mal reprimidas, y ufano de poder <strong>com</strong>petir en devaneos con los<br />

hijos de los señores que conocía y que con sus ejemplos provocaban mi vanidad, di suelta a<br />

mis ardientes inclinaciones, facilitándomelas el dinero con que mi padre me acudía y con el<br />

que me era fácil lograr en una casa donde las ganancias no se contaban. Complacíase<br />

vanamente mi padre viéndome manejar fogosos caballos y honrarme con su amistad y<br />

<strong>com</strong>pañía los hijos de los señores titulados, con los cuales hacía alarde de gastar para<br />

empeñarlos más en mi cortejo. Juegos, convites, saraos y disolución eran nuestros ordinarios<br />

pasatiempos, con los cuales cobraba mayores fuerzas mi altanería. Teníamos acaso un día<br />

convite en una de las más concurridas tabernas de Londres, donde tomados todos del vino nos<br />

íbamos motejando mutuamente de burlas, en las cuales no podía parar nuestro loco<br />

divertimiento. Resentido el hijo del lord Ut... de un motejo que le dije sobre sus piernas<br />

delgadas, me respondió muy enojado: Tales cuales son bastan ellas para castigar tu<br />

atrevimiento; y descargándome un puntillazo, me envió a entender en mis negocios antes que<br />

los echase a perder con gastos que no me <strong>com</strong>petían.<br />

Picado yo en lo más vivo del honor y ciego del enojo que su injuria encendió en mi<br />

pecho, lo pasé de parte a parte con mi espada, dejándolo yerto en el suelo. Huyo<br />

inmediatamente a mi casa y cuento a mi padre el funesto accidente. Él, echando de ver tarde<br />

el efecto pernicioso de su condescendencia, y agitado de mil desazones y del dolor de<br />

perderme tal vez para siempre, hácenme pasar a Plymouth, en donde me embarqué en el<br />

primer navío que hacía vela, y era uno que partía para Quebec. Llevaba conmigo caudal<br />

considerable para esperar muy holgadamente mejor fortuna; mas ésta, que se ríe de las<br />

seguridades en que afianzan los hombres sus esperanzas, aunque me dio feliz navegación, no<br />

quiso que gozase de mi tesoro, sepultándolo en el mar cuando ya tocábamos el puerto, dando<br />

el bastimento en un bajío por descuido del piloto.<br />

Salvóse la gente, pero no el navío ni mi dinero, que quedaron presa de las olas, y así entré<br />

en Quebec pobre y arruinado. La incertidumbre del lugar a donde había de ir antes de<br />

embarcarme, no permitió a mi padre darme cartas de re<strong>com</strong>endación; con todo, determiné<br />

presentarme sin ellas a dos mercaderes que conocían la firma de mi padre, pero me hicieron<br />

oídos de lo que eran, temiendo que yo me quería valer con picardía de la desgracia del navío<br />

para sacarles con aparente motivo el socorro que necesitaba. ¿Cómo podré encareceros la<br />

vergüenza, confusión y mortales angustias que me oprimían, viéndome forzado a mendigar mi<br />

sustento si quería satisfacer al hambre que me aquejaba? Acostumbrada mi vanidad a la<br />

ostentación, al lujo y placeres, resentíase vivamente de la terrible humillación a que la<br />

necesidad me exponía; y casi estaba tentado a dejarme acabar antes de la hambre que de la<br />

ignominia que debía pasar si quería sustentar mi vida. Me retrajo de esta resolución la

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