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Mas luego que vi que el asado podía sufrir el diente, iba fletando la canoa con él, sin<br />

echar de ver los salvajes mi intento hasta que vieron que eché mano del escálamo.<br />

Conociendo entonces que quería robarles la canoa, acudieron a defenderla; mas yo ya<br />

embarcado, dando un empujón a la orilla, me dejé ir río abajo, muy ufano y glorioso con el<br />

robo, sintiendo el mayor contento. Mis pensamientos me prometían la salida de aquellas<br />

tierras bárbaras; mis ojos se deleitaban en las frondosas riberas de aquel ameno raudal. Mas<br />

¿cómo podía ser duradero un gozo nacido de un delito, robando con tanta ingratitud la canoa a<br />

quien había socorrido a mi hambre? La necesidad y la fuerza nos hacen ladrones y tiranos;<br />

mas ellas no disculpan su maldad, ni eluden sus funestos efectos.<br />

Apenas había caminado una hora por las vueltas y revueltas que aquel río hacía, cuando<br />

veo venir hacia mí cuatro canoas de salvajes, cuyo rumbo y aullidos no me dejaron dudar que<br />

querían cautivarme. El temor entorpeció mis manos sin poder manejar más el remo,<br />

haciéndome también olvidar del fusil que tenía tendido en la canoa; me lo acordó la descarga<br />

que hicieron de sus flechas sin dañarme; y dejándome tiempo para disponerlo, disparo contra<br />

ellos y derribo a un salvaje en el río. Esperaba yo que el ruido del tiro los amedrentase; pero,<br />

al contrario, impelieron con mayor vigor sus remos y sin darme tiempo para cargarlo de<br />

nuevo, me atraviesan el brazo de un flechazo, haciéndome caer el fusil de las manos.<br />

Arremeten entonces a mi canoa y se apoderan de mí atándome con trenzas de juncos; y ufanos<br />

con la presa se encaminan hacia donde salieron. Todo el horror que me infundió la vista de<br />

aquel desdichado que vi quemar en el valle, vino a ocupar mi memoria más vivamente,<br />

cubriéndome de una aflicción que casi me privaba de sentido; ni veía otros objetos que<br />

aquella horrible muerte que me esperaba, sólo el agudo dolor de la flecha me lisonjeaba de<br />

una muerte más pronta.<br />

Desvaneciéronse luego estas tristes esperanzas viendo que los bárbaros <strong>com</strong>enzaron a<br />

curar mi herida, bañándola con jugos de hierbas, y con una especie de bálsamo cuya eficaz<br />

virtud alivió mi dolor y me curó dentro de pocos días la herida. Renovóse mi aflicción, pues<br />

bien veía que aquella piedad bárbara con un malhechor no podía tener otro fin que el de una<br />

muerte más atroz y terrible. No tardaron a intimármela sacándome de la choza donde me<br />

tenían atado a la presencia del cacique, el cual estaba de pie en el fondo de un hermoso<br />

anfiteatro que formaban unos árboles de extraordinaria grandeza y frondosidad, ocupando el<br />

circuito sentados en el suelo los salvajes que <strong>com</strong>ponían aquella nación. Comparecieron luego<br />

aquellos dos bárbaros a quienes había robado la canoa, delatando probablemente el robo al<br />

cacique. Estaba éste apoyado sobre mi fusil. Hízome algunas preguntas a las cuales no supe<br />

responder porque no las entendía. Dio entonces una voz al anfiteatro llamando a un bárbaro<br />

robusto y bello de facciones en cotejo de los otros, aunque atezado <strong>com</strong>o ellos, y después de<br />

haber hablado con el cacique, me pregunta en lengua francesa, aunque corrompida, si era<br />

francés.<br />

Respondíle que no; pero que era inglés y que el deseo de hallar salvajes humanos con<br />

quienes pudiera llevar una vida quieta y libre, me había encaminado hacia aquellas partes.<br />

Refinó esto mismo al cacique esperando yo que les lisonjearía mi respuesta; pero quedaron<br />

burladas mis esperanzas cuando me dio el bárbaro la respuesta del cacique, que se redujo a<br />

preguntarme cómo esperaba hallar humanos aquellos a quienes había ofendido. Añadióme<br />

que mi muerte estaba determinada por el robo de la canoa y por la muerte que di al salvaje en<br />

el río. Al oír esto sentía desmayarme de dolor, cuando me volvió el alma el mismo,<br />

añadiéndome que se me conmutaría la muerte en otra pena si les enseñaba a disparar el fusil.<br />

Convine desde luego y <strong>com</strong>encé a instruir al bárbaro intérprete, a quien el cacique había<br />

entregado la escopeta, mostrando éste que había conocido aquella arma; y aunque después de<br />

instruido le salió de fogón , pareció con todo que quedaron satisfechos y yo lisonjeado que el<br />

castigo que me darían sería llevadero.

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