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lección de Epicteto, hace caer el discurso sobre la magnanimidad del alma en llevar con<br />

superioridad una injuria encareciendo el bien que alcanza el hombre en sufrirla y los daños<br />

que se le pueden seguir por enojarse y vengarse de ella. Confirmábaselo con los ejemplos de<br />

Sócrates y de Catón, enardeciendo con ellos el ánimo de Eusebio hasta que llegó la hora<br />

apalabrada con el mozo. Haciendo entonces Hardyl el olvidadizo acerca del encargo de unos<br />

cestos para Josías Hakins, cargó con el suyo grande y entrega los otros a Eusebio.<br />

El hombre, puesto en la necesidad de obrar, a todo se acostumbra; y si la virtud llega a<br />

hacerle sufrir con fortaleza de ánimo aquello mismo a que la necesidad lo obliga, eleva su<br />

alma y dale un carácter superior al de los demás. Eusebio, a fuerza de vencer por necesidad la<br />

repugnancia de su presuncioncilla en llevar los cestos, iba perdiendo la vana opinión de su<br />

desdoro y <strong>com</strong>enzaba a serle indiferente el llevarlos; de modo que cuando Hardyl se los<br />

entregó, cargó con ellos con desenvoltura y por sí se fue a tomar el sombrero para a<strong>com</strong>pañar<br />

a su maestro. Llegan a la plaza a tiempo que la ocupaba mucha gente, sin poder descubrir<br />

Hardyl al mozo que le prometió estar en ella cuando pasasen. No quiso detenerse para no dar<br />

que sospechar a Eusebio algún convenio que lo echase a perder todo. Mas al tiempo que tiraba<br />

adelante, queriendo volver el rostro <strong>com</strong>o para mirar otra cosa, pero de hecho para ver si lo<br />

descubría, ve volar de repente el sombrero de Eusebio al golpe del mozo atrevido; y después<br />

de haberle tratado de picarillo, le descarga dos puntapiés a vista de la mucha gente que se<br />

paraba para ver aquella reyerta.<br />

Atónito de aquel impensado rayo vuelve Eusebio su turbada cabeza sin sombrero para<br />

ver de quién le venía aquel golpe, y conociendo al atrevido autor, se le asoma al encendido<br />

rostro la vergüenza mezclada del primer ímpetu del enojo. No sabiendo qué hacer ni qué<br />

decir, mira a su maestro, que con gran frialdad lo contemplaba; pero al encontrarse sus ojos<br />

con los de Eusebio le carga una mirada llena de sus pasados consejos, que lo hizo volver<br />

sobre sí. Entonces Hardyl, volviéndose al mozo, le dijo: ¿Qué os ha hecho este muchacho<br />

para que lo tratéis de esa manera? Si no tuviera justo motivo, respondió el joven, no me<br />

hubiera desmandado con él en balde. Seguid vuestro camino y no os metáis en tuertos que no<br />

os toca enderezan Me importa, dijo Hardyl, el saberlo; pues si os ha ofendido es muy justo<br />

que os dé satisfacción; pero no que os la toméis. Me lo pedís con tal término, dijo el joven,<br />

que me obligáis a no sacarle a plaza sus malas tretas. Id en buena hora, que cuanto antes me<br />

veréis <strong>com</strong>parecer en vuestra tienda para daros razón de lo hecho.<br />

Miraba Eusebio ya al uno ya al otro, sin saber lo que le pasaba. Su alma hallábase<br />

<strong>com</strong>batida de los impulsos de la venganza mal contenidos de su tierna virtud y su inocencia,<br />

alterada de las acusaciones del supuesto mal alzado que el joven le achacaba. Mas viendo que<br />

Hardyl tomaba su parte, acordóse de acudir por su sombrero, y teniéndolo en la mano sucio<br />

del polvo para ponérselo, instigado de su inocencia, le dijo al mozo: Decid, decid, ¿en qué os<br />

he ofendido? ¿Qué me podéis achacar? El mozo mirándolo de soslayo, ya medio vuelto de<br />

espaldas para irse, le dijo: Proseguid vuestro camino que a su tiempo y lugar se sabrá.<br />

Prosiguiendo su camino, pregunta Hardyl a Eusebio: ¿Qué treta habéis usado con ese<br />

mozo? Os puedo asegurar, respondió Eusebio, que nada sé, ni jamás he visto tal hombre.<br />

Veremos, pues, dijo Hardyl, cómo se explica; en todo lance, ya que no habéis dado<br />

demostración de venganza, usad con él de generosidad. Eso haré yo, dijo Eusebio, de buena<br />

gana; pero a fe que si no me hubiese prevenido la lección de Epicteto y vuestros consejos y<br />

presencia, no sé si me hubiera contenido en no descargarle un valiente cestazo en la cara.<br />

Bueno, dice Hardyl, ¿y qué hubieras conseguido con eso? Enseñarle, dijo Eusebio, a ser un<br />

poco más reportado. ¿Y eso no fuera un acto de venganza, prosiguió Hardyl, que tan fácil te<br />

parecía de reprimir? Es verdad, respondió Eusebio, ¡pero el primer ímpetu! El primer ímpetu,<br />

dijo Hardyl, se previene yendo el hombre sobre sí; y esto se alcanza con la moderación, la<br />

cual se consigue meditando el hombre el interés que tiene en ejecutarla. Demos el caso que le

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