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Todo va bien, dijo Henrique Myden, y yo no puedo dejar de admirar vuestras<br />

menudencias acerca del adelantamiento de Eusebio; pero no habiendo tenido jamás idea de<br />

estas cosas, permitidme que os diga que el ejercicio de tales máximas me parece que exige un<br />

continuo estudio y reflexión sobre ellas, lo cual no sólo os debe fatigar el alma a vos que las<br />

enseñáis, sino también a Eusebio que las debe ejercitar; y por esto creo que se disgustan<br />

fácilmente del ejercicio de la virtud los que lo emprenden, <strong>com</strong>o cosa pesada y casi imposible<br />

de conseguir. Ese es el engaño, respondió Hardyl, a que nos inducen las pasiones,<br />

representándonos sumamente agrio y escabroso el camino de la virtud; y del primer paso que<br />

en él asentamos con pena, deducimos engañados la aspereza y escabrosidad de su<br />

continuación, <strong>com</strong>o en la subida de un alto monte en cuya cumbre ningún fruto nos<br />

prometemos coger después de habernos afanado para vencer su agria subida.<br />

Mas esta deducción es error de la inexperiencia en aquellos que a los primeros pasos<br />

desamparan el camino de la virtud, semejantes a los muchachos que de la dificultad y del<br />

disgusto que prueban en los primeros rudimentos que aprenden, infieren ser imposible su<br />

adquisición; y que, aun dado el caso que lleguen a aprender las ciencias, ninguna utilidad se<br />

prometen de su dificultoso estudio, del cual los retrae no sólo su errada persuasión, sino<br />

también el amor del juego y del divertimiento que halaga sus genios y que les hace preferir la<br />

holgada ignorancia a la difícil sabiduría. Pero preguntad a los sabios que tuvieron ánimo y<br />

constancia para vencer las primeras dificultades si hay gusto, <strong>com</strong>placencia o divertimiento en<br />

la tierra que iguale a lo que ellos prueban y disfrutan en sus retretes en el ejercicio y posesión<br />

de las ciencias mismas, que tan costosas y pesadas en sus principios les parecían.<br />

Persuadidos, pues, que acontece esto mismo, y con mayores ventajas, en la posesión de la<br />

virtud, por más que sus principios parezcan y sean de hecho más dificultosos y ásperos; pero,<br />

una vez vencidos, su continuación hácese dulce y sabrosa, dando a probar al alma aquella<br />

inalterable seguridad y celestial satisfacción en la tierra a prueba de todos los funestos<br />

accidentes que le puedan acontecer; pues sobre ellos levanta su soberano asiento la virtud,<br />

inflexible a todas las desgracias, en donde da a probar al alma el fruto de la dicha, tras la cual<br />

andan todos los hombres afanados; pero <strong>com</strong>o desamparan el verdadero camino para<br />

alcanzarla y poseerla por seguir el que les enseñan sus pasiones, vagan toda su vida en su<br />

busca hasta que, llegando al paso de la muerte, ésta les hace ver su ilusión e irreparable<br />

engaño.<br />

Vos no necesitáis de estos discursos para convenceros de que esta verdad, ni el ejercicio<br />

en que ocupar pretendo a Eusebio, es absolutamente necesario para la adquisición de la virtud;<br />

antes bien no hubiera tal vez pensado en exigir de él tales ocupaciones, si la muerte de miss<br />

no me hubiese proporcionado la ocasión. Con todo, estad seguro que hay muchas de estas<br />

cosas las cuales parecen menudencias superfluas y pueriles a quien todo lo mira por encima;<br />

pero de ellas se <strong>com</strong>pone la ciencia moral tan mal mirada y desatendida de los hombres. De<br />

esto se sigue que hay muy pocos que quieran hacer estudio de su interior y de los infinitos<br />

siniestros que en él retoñan cada día para sofocarlos o reprimirlos. Por lo mismo veréis<br />

también a muchos que, siendo buenos de <strong>com</strong>plexión, poseen una u otra virtud que tienen<br />

heredada con el genio, pero a pesar de ellas se hallan sujetos a mil sinsabores y disgustos que<br />

las pasiones les acarrean.<br />

Si pudiera reputar bueno mi genio, dijo Henrique Myden, tomaría <strong>com</strong>o dicho para mí lo<br />

que acabáis de decir, pues me tocaría de lleno; mas soy ya demasiado maduro para ser<br />

enderezado de la práctica de esas virtudes o del ejercicio de ellas, bueno sólo para las plantas<br />

tiernas de los muchachos, los cuales se ven en la necesidad de obedecer y de ajustarse a lo que<br />

se les obliga. Verdad es que oímos cada día estas lecciones de moderación, de humillación, de<br />

desprecio de la vanidad, que nos dan los predicantes; pero <strong>com</strong>o sólo son consejos generales<br />

que no nos ponen en necesidad de acostumbrarnos a su ejercicio, y que tampoco convencen

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