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quiso antes desamparar su patria que la religión de Calvino que profesaba y que era<br />

perseguida en Francia; y queriendo ejercitarla libremente, resolvió vender sus haciendas y<br />

retirarse a Filadelfia, <strong>com</strong>o lo ejecutó; pero en muy diverso estado que el que pensaba, porque<br />

habiéndose embarcado con todas sus riquezas, encontróse el bastimento en que iba con un<br />

navío superior, cuyo capitán creyó lícito despojar a todos los que allí había de sus caudales,<br />

dejándolos proseguir sin ellos su camino.<br />

Así llegó el padre de Robert a esta ciudad pobre e infeliz, de rico y noble que antes era; y<br />

aunque se vio socorrido de muchos cuáqueros <strong>com</strong>padecidos de su miserable estado, pero<br />

siendo muy numerosa su familia, viose precisado a dar a sus hijos oficios de artesanos para<br />

que se pudiesen ganar el sustento. Escogió Pedro Robert el de carpintero y en pocos años<br />

pasóse a maestro por su talento y habilidad, con la cual ganaba muy decente mantenimiento;<br />

pero la suerte ha querido acabar de descargar en él los golpes de su rigor, haciéndole también<br />

apurar las heces del vaso de su amargura. Ves, hijo mío, cómo va el mundo y cuánto le es al<br />

hombre necesario estar prevenido y fortalecido de los buenos sentimientos de la virtud, para<br />

no dejarse lisonjear del favor de la fortuna y de sus bienes inciertos, los cuales da y quita a su<br />

antojo cuando el hombre menos piensa. Pero el mundo te dará sobrados ejemplos de esto<br />

mismo, que suplirán a cuanto yo te pueda decir.<br />

Volvamos a Pedro Robert y al llanto que vi asomado a tus ojos cuando su buena mujer se<br />

echó a tus pies; y aunque no dudo que hayas tenido ocasión para dar el justo empleo a la<br />

piedad, con todo, no sé si deba temer que el tierno sentimiento que manifestaste se mezclase<br />

con algún resabio de vanidad. ¿Qué te parece? Si lo tuve, dijo Eusebio, yo no sé explicarlo.<br />

Pudiera haber sentido tu corazón, continuó a decir Hardyl, cierta <strong>com</strong>placencia de merecer el<br />

respeto y humildes demostraciones de aquella buena gente por reconocerte superior a ella, y si<br />

entonces te dejaste llevar de esta vana <strong>com</strong>placencia tan natural a la ambición, tu piedad<br />

desmereció parte de aquel puro y celestial consuelo que prueba el alma cuando hace el bien<br />

porque lo es y no para ser tenido en algo. Si este bajo sentimiento llega jamás a levantar<br />

cabeza en tu pecho, sofócalo, hijo mío, para dejar libre campo a la noble y severa<br />

generosidad, que desdeña mezclarse con los ruines sentimientos de la altanería.<br />

Diciendo esto llegó el criado de Henrique Myden con las cincuenta guineas y con<br />

algunos bizcochos que Susana enviaba a Eusebio. Estaba sobrado fresca la memoria de la<br />

miseria de Robert y de sus hijos en el corazón de Eusebio, para dejar de decir a Hardyl el<br />

consuelo que tendría en enviar aquel regalo a los hijos del enfermo, pudiéndoles servir de<br />

provechoso alimento, y así se lo dijo. Hardyl condescendió con sus buenos deseos, y juntando<br />

la mayor parte de los bizcochos en un cestillo, se lo entregó a un criado, rogándole lo llevase a<br />

casa de Robert, dándole las señas de ella. Partido el criado continuaron su trabajo hasta que<br />

miss los llamó a cenar.<br />

Al otro día no tardó a <strong>com</strong>parecer John Bridge en la tienda. Habían desaparecido de su<br />

rostro los tristes indicios de la miseria y de la desesperación y en vez de ellos el júbilo y la<br />

esperanza tenían su aspecto de respetuoso despejo, ofreciéndose a servir a su bienhechor en<br />

todo lo que quisiera mandarle. Hardyl había ya empezado su trabajo; hízolo sentar junto a sí<br />

después de haberle agradecido su oferta y para que el favor que le iba a hacer fuese a lo<br />

menos a<strong>com</strong>pañado con buenos consejos, le preguntó si los trabajos y miserias padecidas<br />

habían convencido su ánimo de la necesidad que tiene el hombre de moderar sus pasiones. Yo<br />

a lo menos deseara por vuestro bien mismo que sacarais de tantas penas este provecho. Os<br />

agradezco de nuevo, respondióle John Bridge, el caritativo interés que mostráis tomar en mi<br />

provecho, mucho más después que mostrasteis por obra el que tomasteis por mi estado<br />

miserable. A la verdad a par de vos ansiaría que tantas desventuras me sirviesen de enmienda<br />

para en adelante; pero si mal no conozco mi interior, nada me puedo prometer de los impulsos<br />

de mi genio ardiente y vindicativo. Ahora ya tarde veo los efectos perniciosos de la

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